El Doppelgänger

El Doppelgänger


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Introdujo la llave, la giró y dio vida a su vehículo. Puesto el cinturón, su maletín como copiloto y la música de los 80 como compañía, arrancó camino al trabajo.

Era un día normal para el Dr. Muelson, lo más normal que se pueda para un patólogo forense. Abrir y manosear cadáveres era especial para él. No era necrofílico: simplemente le apasionaba el cuerpo humano y le llenaba el saber que arrojaba luz sobre las sombras que rodeaban esos cuerpos inertes.

La secretaria del laboratorio, Sheryl, le recibió con una sonrisa como siempre; el café de la máquina tenía el mismo sabor artificial pero reconfortante y en el ambiente reinaba el ritmo frenético de todas las mañanas. Parecía un día normal para él pero no era así. No tardó mucho en darse cuenta. 

A medida que se acercaba a su puesto, algunas personas le miraban de forma extraña: palidecían como si hubiesen visto a un fantasma. Muelson les saludaba y seguía adelante. Se preparó y tomó el único expediente que tenía (de momento). "Caso 1147". Ni se molestó en abrirlo: le gustaba ver primero el cuerpo y luego leer antes de actuar.

La cosa se puso aún más bizarra. Sí, era el mismo laboratorio con aroma a formol y luz blanca, la mesa de metal, la bandeja con implementos... todo igual. Mas ese bulto aparentemente normal le daba mala espina. No sentía que el cadáver bajo esa sábana fuese común. Sacudió la cabeza y le destapó. Palideció al instante.

En ese instante comprendió porqué ese no era un día cualquiera: tenía que abrirse a sí mismo. Leyó el nombre en el expediente (James Jones) pero le era difícil tragarlo viendo ese rostro igual al suyo. Era cual verse ante un espejo de carne y hueso: su pelo, piel, torso, rostro, brazos... todo igual salvo el agujero en el pecho. Era extraño, su gemelo maligno. Tantas veces que ignoró a su abuela con las leyendas del doppelgänger. Ahora sólo pensaba en eso ¿Lo habría llevado su nana hasta allí?

El examen del cuerpo, el lavado, la extracción de fluidos, el lavado.Cada paso preliminar era extraño ¿Era un sueño? ¿Acaso así se veía cuando se duchaba? ¿Estaba sintiendo esa piel las caricias prodigadas? No. Era todo muy real: esa piel fría, grisácea, sí estaba siendo tocada por sus manos calientes y bronceadas.

En 10 años de prácticas y experiencia profesional su pulso había sido el de una roca. Por primera vez el bisturí bailaba levemente entre sus dedos. Esa incisión en forma de Y le aterraba profundamente. No sabía a ciencia cierta si, al hacerla, moriría él y James Jones volvería a la vida siendo el Dr. Muelson. Dudaba si esa sangre que empapaba sus guantes de látex no sería acaso su propio hálito vital y si ese corazón no era el propio.

Fue una autopsia interminable pero con una profundidad increíble: se estaba conociendo a sí mismo y era fascinante. Hasta que llegó el momento de dar un dictamen.

SUICIDIO

James Jones había halado el gatillo, rompiendo en pedazos su corazón ¿Sería él capaz? ¿Stan Muelson? Estaba atrapado en un profundo pozo de monotonía que le servía de coraza. Nunca se había cuestionado su propia felicidad. Es decir, James Jones no lo era, pero ¿Y él? Un miedo intenso le invadía cada vez que escuchaba la pregunta salir de los labios mudos de la muerte encarnada. 

Firmó y dejó el expediente. Con la excusa de salir a tomar el aire, salió corriendo y fue a su vehículo. Solo: sin mujer, sin hijos, sin padres... sin nadie.

Y allí, solo como siempre, lloró amargamente.

Yanil Sabrina Feliz Pache

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