¡Que viva la pompa!

¡Que viva la pompa! (by La pobrecita habladora)

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 A veces me pregunto si Dios, el universo, o quien sea que creó al hombre (y a la  mujer) a su imagen y semejanza, se arregla tanto. Lo cierto es que no he visto ningún ser vivo que se preocupe tanto por las apariencias y opiniones como el ser humano. He llegado a observar grabados de animales acicalarse, pero para quitarse de encima algún insecto o molestia; mientras tanto, nuestra especie, antes que sacarse nada, se llena la cabeza de ideas y tonterías. Tales ideas se pueden buscar y encontrar fácilmente en cualquier ciudad de nuestro mundo; pero ¿Qué mejor prueba que la que se presentó ante mis ojos sin ser solicitada en mis últimas vacaciones?

Después de meses de abstinencia económica y de un exceso de nostalgia, pude reunir el dinero suficiente para irme a casa, con nada más que una maleta de mano y muchos chocolates para regalar. Casi al llegar (tras los abrazos y besos correspondientes), quise aprovechar y dar un paseo antes que la pereza, mi odiosa amiga, me hiciese suya. Me arrojé con brío al centro de la ciudad, para hacer lo mejor que se puede hacer allí: mirar tiendas. Por donde quiera que mirase, había uno u otro escaparate, todos ricamente ornados con ofertas de "2x1" o "Todo a mitad de precio" y maniquíes decapitados. No sé muy bien si la decoración era para invitarme a gastarme mi dinero dentro o para que ignorase la basura que se agolpaban en la entrada.

Es impresionante la cantidad de dinero que gasta un pueblo pobre en aparentar ser rico. Tras las puertas de metal de las casas y en los barrios se suelen ver mujeres con camisones floreados y el pelo recogido, pero ¡Quién ose ver eso en la calle! No, por donde camino sólo se ven bolsos bellamente imitados de Channel, los atuendos que están de moda en el extranjero y cabellos perfectamente peinados (o despeinados). En cuanto al género masculino, el debate está entre pantalones "a media asta" y cadenas de oro bayo o camisas que sólo se llaman Lacoste porque alguien le cosió un cocodrilo en el pecho. 

Tal carnaval humano (que casi había olvidado por completo) me cautivó tanto que casi ni veo al viejo amigo que se acercaba a saludarme. Realmente no sé cómo no lo vi: iba con la misma camisa de cuadros de siempre. Si bien su alegría era verdadera, algo había chupado la energía que recordaba en su persona; estaba delgado, tenía bolsas en los ojos y una sonrisa cansada. Tal máscara mal pintada de felicidad me preocupó sobremanera, así que le invité a tomarnos una cerveza donde fuese. Diez minutos más tarde, estábamos sentados cara a cara, cada uno con una botella envuelta en una servilleta e intentando ignorar el olor a sudor, grasa y tabaco que impregnaba el local.

-Te noto muy cansado- le dije con cierta angustia.

-Pues mi hija se va a casar-me dijo con pena.

-Felicidades.

-Te preguntarás por qué estoy tan apesadumbrado. Es que... la he perdido.

-¿A tu hija? ¿No me acabas de decir que se va a casar?

-Pues sí, por eso mismo- parece haber visto mi cara de incredulidad- ya no es la misma niña de antes. Desde que empezó a salir con él, su actitud había cambiado, pero ahora es que es mi única opción es enterrarla en vida y llorar las penas con alcohol.

-Bueno, es el curso natural de las cosas. Tarde o temprano tendría que irse- le razoné, como si eso sirviese de algo.

-Sí, el problema es que nos está arrastrando con ella.

-No te entiendo.

- Pues que no quiere una boda sencilla como tuvimos su madre y yo; no, quiere una gran ceremonia.

-Muy grande no será, ustedes no son ricos después de todo.

-Si eso ya lo sé; pero se le ha olvidado. Verás, como la familia de su marido (¿Ves como ya la he casado?) está muy bien posicionada, ella se ha puesto en competencia. Mi mujer ha tenido que vender algunas joyas y yo el reloj que me dejó mi madre. Nada es suficiente. Lo último que tendré que hacer es hipotecar la casa o vender un riñón.

-¿En serio? Estarás exagerando.

-Sí. El vestido de no sé qué mujer, el pastel de no sé qué hombre, tal iglesia, cuales perlas...te digo, esta boda me arruinará. Y luego vendrán los hijos, bautizos, cumpleaños... Yo que pensaba que era mucho cuando mi hijo el menor me pedía zapatos y camisas de marca, y yo complaciéndole pensando que eran cosas de muchachos ¿Habré hecho mal? ¿Debí dejarlo pasar penurias como yo pasé? Si ése me saldrá así también, mejor esconderme bajo una piedra y esperar el fin de mis días en paz.

Permanecí en silencio, no porque no tuviese nada en la mente, sino porque lo mucho que tenía no serviría de nada. Preferí dejar que el alcohol le diese una palmada en el hombro a mi amigo, mientras yo le daba "apoyo moral". Me preguntó sobre el país en que vivo, qué hago; yo sólo pude contestar maquinalmente, sin muchas anécdotas ni parafernalia. Tras 3 cervezas y un trago de tequila, nos despedimos. Él se fue borracho; yo, deprimido.

Los que salimos de la patria y volvemos de visita somos transformados en miembros de otra categoría, poseedores de historias maravillosas con que puedan soñar despiertos mientras siguen su rutina. Uno de mis deseos en este viaje era romper los mitos y recordar lo bella que era mi nación; en cambio, salieron a mi encuentro los vicios de la sociedad, dispuestos a abofetearme con violencia. Salí pues doblemente triste: por tener que irme, dejar a familia y amigos atrás y por dejarlos en una tierra mal maquillada, antes perfumada y pintarrajeada que dispuesta a quitarse la mugre. Al final, nadie podrá sacar la sangre de mis venas ni el amor por ese trozo de tierra al que llamo "mi país, mi hogar"; un amor tan fuerte que es maldito, porque me hace sufrir en carne propia lo que no queremos cambiar. Sólo hay dos analgésicos para este dolor: revolución o muerte ¿Qué será?


Reto #1


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