De turismo

Se despertó con el olor a mangle. 
Se quitó las lágrimas con violencia. 
Sabía que debía haber cambiado las sábanas después de jugar, pero ganó la pereza. 
Todo fue culpa de las sábanas y del maldito calor. 


Anoche volvió a soñar con él. Navegaban por los grandes ríos;
el Amazonas se extendía a los costados del barco de madera.
Un barquero de apariencia taiwanés permanecía de pie en la proa, tras la punta en forma de pico.
Ella estaba sentada unas dos filas más atrás, donde solo ves agua verde y cielo azul;
él estaba en el extremo opuesto. 


Había conocido demasiadas caras de él en vida, demasiados selves en el himself.
Desde que pasó, cada vez que lo soñaba, era una persona diferente, una nueva primera vez.
Esta vez, veía a un hombre abatido, extrañamente cansado, con cara de hastío.
Era evidente que no quería estar ahí y por alguna razón a ella se le retorcía el pecho.
Aquel hombre no paraba de mirar al manglar, al vacío, una mano sosteniendo su cabeza,
la otra reposando en el agua.
Una señora sentada detrás le había preguntado tres veces si no le daban miedo las pirañas:
“¡Si yo perdiese un dedo, nunca sería la misma! ¿Se imagina perder el anular? Par Dieu, mais non!
Cuando vio que el extraño no respondía, se quedó callada,
no sin dejar de mirar con ansiedad evidente la mano como sin vida.

No se miraban.
Intentaba no mirarlo con todas sus fuerzas.
El pico, la camisa, turquesa, fango...
repetía las palabras como un mantra, intentando no pensar en los ojos que la perforaban sin mirarla.
El odio, el dolor y la ignorancia se respiraban en el ambiente.
El pico, la camisa, turquesa, fango...aire, aire.
En la angustia, consigue ver un pequeño capibara;
mira como hipnotizada su pelaje, su naricita, sus ojos de peluche.
Sus ojos.
Sus ojos, sus ojos la perforan, se pierde.
Ella siente que se le quiere escapar el corazón del pecho.
De repente, en el caos, la calma:
Un caimán salta y muerde la panza peluda;
al reptil le corre la sangre por los dientes de marfil.
Los ojos de peluche pierden brillo, pero no sienten dolor.
Ella lo sabe, el caimán lo sabe.
El extraño también lo sabe, él mejor que nadie;
mira mientras el cadáver peludo se desploma y cae al río; ella no lo ve hacerlo, pero lo sabe.
En el repentino silencio de la selva, se escucha una lágrima caer en el suelo del barco. 


Se despertó con el sabor a sangre en los labios. 
Esta noche volverá a jugar.
Esta noche cambiará las sábanas.
Esta noche dormirá desnuda.
Esta noche será suya.


YSFP

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