La tita Teresa



La tita Teresa






La primera en salir de la tumba fue la tía Teresa. Fui yo quien le abrió la puerta. Obviamente la invité a pasar, mi madre me enseñó que es de muy mala educación dejar esperando a una persona en el portal, esté viva o no. Quería invitarla a algo de tomar o de comer, pero no sabía qué se le da de comer a un no muerto. No quería comprobar si lo de las películas era cierto (necesitaba mi cerebro para el examen de matemáticas), pero bueno, de momento sus manos permanecían ancladas a sus rodillas, sosteniendo su falda como la última vez que vino a casa hace dos meses, justo antes del “accidente”. 


Cada vez que escuchaba esa palabra me olía a pescado, en parte porque la morgue está justo al lado de la pescadería de Pepe y en parte porque algo me parecía raro en la muerte de la tita. “Suicidio” no encajaba nada con la muerta que estaba a mi lado; aún ahora, con media cara cayéndosele y el sonido de los gusanos revolverse bajo la raja del cuello emanaba fuerza. El nombre de Teresa era sinónimo de fuerza y respeto para todos en ese pueblo. Pensaba aprovechar y preguntarle sobre ese día, sobre lo que había pasado antes que llegaran los policías a meter las narices y cagarlo todo con la boca (hasta se robaron su alianza los muy bandidos), pero justo llegaron mi madre y Migue a casa. Antes de entrar mi madre ya me estaba peleando por no haber tirado la basura. Tenía unas ganas de gritarle “¡Si ya la tiré!”, pero me acordé de la tía ahí a mi lado y me puse roja; el velo de sus ojos me recordaba los del perro ciego de Miriam, la vecina, pero no sabía si podía ver mi vergüenza. Cuando mami entró y la vio, cayó redondita; Migue paseaba la vista entre mi madre y Teresa (me daba mucha risa porque sus ojos parecían pelotitas en un partido de ping pong y su boca abierta un megáfono esperando anunciar el resultado, pero no podía reírme, todavía no sabía si la tita podía ver). Tuve que espabilar un poco a mi hermano: “¡Eh, despierta ya bro! Ayúdame a levantar a mami”. La sentamos en la mesa de la cocina y le pasamos un poco de mentol por la nariz. Mi hermano y mi mamá no sabían qué hacer. Mi madre se acercó un poco agazapada, entre furiosa y temerosa.


-He...he...hermana, esto es i...inaceptable ¿Qué, viniste a disculparte por hacernos pasar por esto? Pues ya está, estás perdonada. Ahora anda, vuélvete a la tumba que este mundo ya no te toca. 


Mi tía “la miró” sin emitir sonido, tomó el control remoto y encendió la tele. Igual que cuando viva. Terca como una mula. Mi madre se sentó en la punta opuesta del sofá, rogándole una palabra, una disculpa, un “Lucía, cállate por favor”, lo que fuese, algo. Pero no salía nada. Empezamos a dudar si podía hablar. Era ella, eso estaba claro, era la misma ropa con que la enterramos y la misma telenovela que veía; pero mi tía hablaba hasta por los codos y la mujer cadáver que ocupaba nuestro sofá no emitía sonido. Entonces lo entendí. Para la sorpresa y el asco de mi madre y mi hermano mayor, el cirujano de la familia, me acerqué a Teresa, le pedí permiso de la forma más educada que fuese posible y le abrí la boca. Justo lo que yo pensaba loco: le comieron la lengua los ratones. Se le habrá metido uno en la caja y se la comió antes de que despertase. Se me ocurrió que mi hermano le podía coser la lengua de algún ternerito de la finca, pero abandoné la idea de inmediato: sería impropio de una mujer como mi tía mugir en vez de hablar.


De tanto miedo no se les ocurrió más que encerrarla en el cobertizo donde mi hermano guardaba las herramientas. Honestamente no sabía qué había pasado con sus modales: si yo pusiese a la pesada de Rachel Perry ahí y no en mi habitación me caería una reprimenda terrible, pero como la tía es un zombi se merece ese trato. No me puedo creer que mi familia sea tan...tan... ¿Cómo se le llama a quien rechaza a un no vivo? ¿zombista? ¿muertista?


Como si fuera poco, tenía que ocultar que mi tía había vuelto de la tumba. Por suerte no tuve que callar por mucho tiempo ¿Se acuerdan del perro de Miriam? Pues a los dos días de esto lo vi con su dueña. A Ghost, que es el nombre del perrito, lo habían atropellado hacía ya medio año. Estaba más deteriorado que mi tía: tenía las huellas de neumático atravesándole el estómago, una corona de moscas alrededor de su cabeza y cinta adhesiva pegándole la herida para que no le saliesen las tripas (supe que lo hizo Miriam porque estaban muy mal pegadas y el cierre se despegaba a la que Ghost se emocionaba un poco y corría detrás de algún perro). Mi tía y Ghost no eran los únicos. Fueron tantos los que volvieron que ninguno recuerda aquel mes por los muertos vivientes sino por los desmayados y las compras masivas de productos de limpieza y ambientadores. 


El alcalde contactó con el médico brujo más famoso del país, el doctor Stuart. Por una cifra “exorbitante” según calificaron los periódicos, aquel hombre rubio y bien vestido nos dijo lo que yo podría haberles dicho después de ver 30 películas sobre seres de ultratumba: tienen asuntos pendientes. Creo que era obvio para todos, pero hacía falta gastar “por estar seguros”. Los días siguientes todos los vecinos estaban buscando e investigando, resolviendo todo lo que hiciese falta para que aquellas visitas acabasen; y poco a poco, los muertos fueron volviendo a la tumba, todos menos mi tía Teresa. La verdad es que nos fuimos acostumbrando; cada dos días mi hermano pillaba la camioneta y traía carne para la tía. Además, la tía es igual de limpia que siempre: se ducha todos los días en el patio, con mucho cuidado eso sí, para no perder ningún dedo en el camino. Mi madre seguía un poco nerviosa, pero ya se le notaba más calmada (además que tenía alguien con quien hablar cuando no estábamos mi hermano y yo). 


Se fue un tres semanas después. Y fue cuando supimos la verdad.


Estábamos todos en la cocina desayunando, la tía sentada en el sofá viendo televisión. Mi madre estaba leyendo el periódico y se quedó en shock de repente; nos leyó en voz alta: “Hombre de 52 años asesinado por su novia de 25”. El hombre era mi tío; no lo veíamos desde el entierro de la tía. Sabíamos que estaba saliendo con alguien poco después del entierro, así que lo criticamos un rato y seguimos con nuestra vida. No le habíamos dicho nada de que la tía había vuelto. Por lo visto mi tío había intentado hacer daño a la chica y ella lo asesinó en defensa propia. Nos quedamos tan absortos en el titular que no nos dimos cuenta cuando mi tía se fue. Solo quedó sobre la mesa del salón la alianza matrimonial con unas gotas de sangre y un silencio muy elocuente.

YSFP

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