Limpieza del cajón



Creo que ni en un millón de años me habría imaginado verlo en una firma de libros mía ¿Que era obvio? Evidentemente, es una buena persona después de todo, pero siempre tienes esa espinita dolorosa pero calmante de que esa persona ya a estas alturas de juego te odia y que lo más que puedes esperar es un correo electrónico con un “felicidades” a secas. Pero noooo señores noooo; nunca digan que conocen a alguien, porque la cara de pendejos que les quedará saldrá en la prensa. Tuve la suerte de que los periodistas ya hace rato que se habían ido al Starbucks de enfrente y nos daban todos la espalda. 

Ya sé que no importa lo que llevaba puesto (salvo que sean el Sergio Marquina y yo una inspectora de policía, o que sean unos depravados a palo seco), pero mi madre siempre le dio importancia a esas cosas, así que ahí estaba yo, con una blusa manga larga negra blanca, y un pantalón de tela roja. Incluso me puse una chaqueta negra para ya verme más formal. Qué más da, con el aire acondicionado y las pocas personas que éramos no sentía calor, ni siquiera sabiendo que en unos minutos lo tendría cara a cara. El mínimo era dos metros de distancia, así que había pocas personas dentro de la tienda; era el último de la fila. En unos veinte minutos lo tenía enfrente, con una mirada seria y serena.

-Hola ¿Me lo puedes dedicar?

-Claro! ¿Cómo estás?-la verdad es que quise pararme y abrazarlo, o al menos ponerle una mano en el hombro, pero era mi primera vez y no quería cagarla charlando media hora con quien fue el amor de mi vida o porque él me pusiese las manos en el cuello justo en medio de mi librería favorita; yo después de verlo ahí ya no sabía qué esperar, de verdad. 

-Bien, bien. Muchas felicidades. 

-Gracias.

-Oye, que ya sé que ahora estás ocupada, pero estaré allí enfrente si quieres ir a tomar un café cuando acabes.

“pero me llevaré mínimo una hora aquí!” pensé decirle, pero alejarme me dio chance de aprender a morderme la lengua cuando sabes que no harás más que gastar saliva. No lo conocía, pero lo conocí y no quise arriesgarme. 

-De acuerdo.

Cogió el libro sin detenerse a mirar la firma y salió. La fila seguía estable y por lo visto estaríamos allí un buen tiempo. 

Fueron unas dos horas más para ser exactos: estaba segura de que ya no estaría en la cafetería. Tomé mi bolso mientras mis amigos me felicitaban; podía sentir sus sonrisas detrás de las mascarillas. Les pedí que me esperasen un momento y que luego nos íbamos a tomar un par de frías en el bar de siempre, uno que estaba cerca del centro y desde donde todos podríamos volver a casa por la noche sin problemas. Éramos unas 15 personas y cuatro de ellas tenían vehículo propio; por si las moscas me aseguré el puesto de copiloto con Christopher. Mientras todos charlaban y empezaban a subir a los carros, me acerqué al cristal del Starbucks y miré hacia dentro. Sorpresa número uno: él estaba allí sentado, esperándome y leyendo mi libro. Antes que me viese fui a decirle a todos que se fuesen, que yo llegaría “elegantemente tarde”. Mi hermana tiene nariz de sabueso y cuando fui a despedirme al carro de Chris, me llegó su mirada penetrante; cuando la miré, relajó los ojos y solo me dijo “ten cuidado, porfavor” con esa voz que solo nosotras entendemos.

Starbucks era de los pocos sitios que había sobrevivido y aún aquí se veían mesas vacías, aún con las marcas del trapo mojado que le pasaron esa misma mañana. Toda la conversación que tuvimos desde que atravesé la puerta del local fue como una partida de tabú; teníamos la misma tarjeta, como si la hubiésemos escrito con la mirada antes de abrir la boca: “qué tal la familia”, VETADO, cómo va el trabajo, aceptable, “qué tal tu cuarentena”, VETADO, “hace un clima precioso”, aceptable, “¿Enfermaste?”, VETADO, “¿Has hecho nuevos amigos?”, problemático, “te extrañé mucho”, VETADO, “debimos hacer videollamada” VETADO. Sorpresa número dos: no hubo ni un intento por tocar esos temas, ni un roce. La conversación fluía tranquilamente mientras tomábamos zumo de naranja, hablando de todo y de nada con una sonrisa que, curiosamente, era de las más auténticas que había tenido con él desde hacía tiempo. Cuando se nos acabaron los temas seguros, me dijo:

-Qué raro que no te pediste un café

-Ya, es que mis amigos me están esperando, vamos a tomar unas copas para celebrar.

-Qué bien, me alegro; tampoco quiero quitarte tiempo, si quieres vamos tirando

La siguiente sorpresa fue doble: por un lado su consideración, sin ninguna autoinvitación escondida, para cortar la charla; por otro lado, ver que realmente yo había cambiado. No me detuve a invitarlo, no me disculpé, no hice nada. Solo dije “vale” y nos fuimos. La parada estaba en la esquina. Teníamos que tomar el mismo bus; estaba casi vacío cuando llegó, pero nos sentamos “al lado”, separados por el pasillo. Nos mirábamos con cara de “qué se le va a hacer”, echándole la culpa al virus, a las normas, a la prudencia y al evitar la bronca que nos echaría el conductor. De todos modos, los dos sabíamos que esa no era la razón. Si las cosas fuesen de otro modo, uno de los dos habría replicado o al menos habría empezado una conversación por whatsapp quejándonos. Recuerdo que un padre con su hijo pequeño nos felicitó después de picar su tarjeta: “mira hijo, ellos son una pareja responsable, se sientan separados porque es lo que hay que hacer”. Ninguno de los dos lo corrigió, nos conformamos con mirar cómo se sentaban igual a nosotros. 

Arranca el bus. Aún hablábamos. A veces callábamos y aprovechábamos esos momentos para mirar por la ventana; se sentía el corazón de la ciudad volver a palpitar lentamente, recuperando con miedo el latir que tuvo alguna vez. La mayoría de las personas aún llevaban guantes y mascarillas y ninguna pareja andaba cogida de manos; yo sabía reconocer una pareja por cómo se miraban cuando esperaban frente al semáforo para cruzar el paso de cebra. Conocía esa mirada bastante bien.

Pensaba que no me habían marcado aquellos meses de encierro, pero ahora, aquí, sentada junto a esa persona, me daba cuenta de que sí, que yo ya no era la misma. Disfrutaba escuchando mi propia respiración, la calma pese a la nube de tormenta que asoló nuestras cabezas y que nunca pensé que iba a desaparecer; me alimentaba de esa paz tan extraña que flotaba en el aire. Aún así, supe que algo quedaba de aquella chiquilla inocente y un poco mimada. Lo noté en el aletear rabioso de mi pecho conteniendo las palabras, en los nervios que casi me mataban. Me quedaban dos paradas: sabía que nunca volveríamos a verlo, que cuando yo bajase, volveríamos a ser cuerpos que generan sombras separadas y que esas palabras tenían que decirse. Presioné el botón sin decir nada, me paré frente a la puerta y, mirándolo a los ojos, se lo dije: “lo siento”. No se imaginan mi sorpresa cuando respondió “todo perdonado; y yo también lo siento”. No atiné a hacer más que asentir y aceptar su disculpa. Podía escuchar como nuestros ojos gritaban “tregua” y algo se quebraba, afortunadamente.

Me encantaría contarles cómo llegamos a este punto tan de “yo qué sé”, pero no quiero que esto se convierta en una historia de amor (o de desamor). Quiero que este sea el punto final más largo del mundo. Ya tuve mis momentos de melodramatismo, de llanto, de melosismo y de tontería. Ahora me tocaba pisar la realidad y seguir mi camino. 

Bajé del bus sin mirar atrás; el bar estaba a 3 minutos. Mis amigos ya estaban dentro cuando llegué al bar, iban por la mitad de la primera copa. Chris me había guardado un asiento a su lado. El momento en que mi hermana me vio con los ojos frescos y la sonrisa suave, pero sincera, exhaló aliviada. Nos bastaban esos gestos para entendernos y aún nos bastan. Por eso nos queríamos tanto. Chris me sonrió y me puso el vaso aún fresquito y con la espuma intacta enfrente justo antes de proponer el brindis.

-Venga, por qué brindamos-me dijo

Viendo todas esas caras, sintiendo ese cariño, ahí sentada, tan formalmente vestida después de tanto tiempo y después de ese trayecto mental hasta este punto, la respuesta me vino en un chasquido.

- por el futuro

chin chin

Comentarios

Entradas populares de este blog

Mentiroso mentiroso

No me cortes las alas

Querido yo