Sombra en la sombra
Sombra en la sombra
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"Vendrá de las sombras".
A medida que la abuela envejecía, pronunciaba esa frase con mucha frecuencia. Yo era muy pequeño; mis padres me decían que sólo jugaba conmigo. Cuando yo me hice un poco mayor, me contaron de su Alzheimer. Entonces creí que esa sentencia tan tenebrosa era parte de su enfermedad.
Mi pensamiento sólo se fortaleció cuando ella empeoró. Mis padres trabajaban mucho y, como vivíamos cerca de su casa, me pedían que fuese a cuidarla (no querían que se perdiese o se hiciese daño). Todas las tardes de ese verano, escuchaba "Vendrá de las sombras" una y otra vez. Llegué a acostumbrarme, tal como lo hice al olor a naftalina y a los vasos diarios de té helado de limón.
El otoño pasó sin muchos incidentes: ella pareció mejorar un poco y yo regresé a la secundaria; pero el invierno llegó vestido con capucha negra. El frío golpeó los débiles pulmones y mente de la abuela, por lo que tuvimos que llevarla al hospital.
Pensábamos que sería algo sencillo y que saldría de esta (mi abuela había sobrevivido toda clase de abusos, maltratos, insultos, ataques racistas y sexistas...). Craso error. La vejez había cambiado su fuerza y brío en fragilidad. Una noche de diciembre, el doctor nos llamó. Asumimos que pasaba algo serio, después de todo, no te llaman a las 2 de la madrugada para decirte que todo va la mar de bien).
Al llegar, nos esperaba el Dr. Nieto en la sala de espera. Todos sabíamos lo que vendría, pero no por ello sería más fácil. En el instante en que nos dijo "no podemos hacer nada más, les llamamos para que se despidan", todos comenzamos a llorar. Nos calmamos y decidimos que entraríamos cada uno por separado: ella ya no nos conocía y temíamos asustarla.
Al final, llegó mi turno. Triste turbación me invadió al ver ese cuerpo conocido, enjuto y demacrado, repleto de cables y tubos que servían de cadenas para su vida. No me fue tan fácil acostumbrarme a esas sensaciones e imágenes como a las del verano pasado. Me acerqué a su cama lentamente y me senté junto a ella. Me contuve lo más que pude para no quebrarme en pedazos. Así, le hablé:
-Nana, soy Nico, tu nieto ¿Te acuerdas de mí?
Todo el rato que estuve ahí, sus ojos habían estado cerrados. Hasta que escuchó mi nombre. En ese instante, su mano aferró mi muñeca como una garra de acero. Sus ojos se clavaron en los míos: su mirada cantaba cordura y consciencia plena. Con un susurro claro y firme, me dijo lo siguiente:
-Vendrá de las sombras. No tendrás miedo de él, no te hará daño. Confía en mí y recuerda estas palabras cuando él te visite esta noche.
Calló. La muerte arrancó su alma y me dejó completamente solo, salvo el pitido de la máquina y el cadáver de la abuela. Mis padres me vieron turbado, pero asumieron que era obvio. Ni en sus sueños pensarían que ella me había dicho algo capaz de alterarme así.
Quise ignorarlo todo, Tras una cena silenciosa, nos fuimos a nuestra habitación. El negro de la noche revistió las paredes de mi cuarto; la luna se había escondido tras las nubes; un silencio sepulcral, anormal, me acompañaba en mi soledad. Por alguna razón, me giré y enfoqué mi vista en un rincón de la pared.
En ese momento, un cuerpo negro salió de las sombras. Nadie me pregunte cómo distinguí una forma porque ni yo lo sé. "Eso" era una sombra corpórea, salida de mis propias sombras. Las palabras de mi abuela sonaron como una campana: ella estaba dentro de mi. Justo en ese momento, esa sombra me habló. Su voz era tan sombría como ella misma.
-No temas. Ella está bien. Te amó mucho y siempre lo hará. Nos veremos en unos cuantos años.
Luego la sombra se fue. Tal vez fuese un ángel, tal vez un demonio. No lo sé. Una cosa es segura: esa voz y el temor que me infundió se ancló en mi alma y no me abandonó jamás. Amo a mis hijos y a mi mujer, les doy todo el amor que puedo. Pero cada noche, escucho a mi abuela hablarme desde la tumba:
"Vendrá de las sombras".
Yanil Sabrina Feliz Pache
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