Miradas equivocadas

Miradas equivocadas

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La noche no pudo dormir porque ella no la dejó: una almohada más que se llenó con el llanto de la princesa; ella ocultaba su rostro del mundo, pero la luna y su séquito veían tal sufrimiento desde el trono celeste.

Pobre la princesa: sufriendo en la realidad por una cuasi utopía. Soñaba desesperada con el príncipe del reino vecino. Desde su torre de piedra podía ver aquel ángel, tan lejano (y no precisamente por la distancia sola). Cómo lo deseaba y suspiraba por él. 

El sol iluminaba la máscara de la princesa, la luna su dolor. 

Eran tantas las lágrimas de la princesa que era incapaz de ver las estrellas que la rodeaban. Pues mientras ella iba cual alma en pena continuamente, con sonrisas de actriz, alguien se enamoraba de su teatro.

Muy cerca de ella, alguien soñaba con ella. Muchos eran los que la deseaban sin que ella tuviese ni la más remota idea. Pero pocos la ansiaban tanto como él ni de la forma en que él lo hacía: con inocencia y ardor. Enamorado de una sonrisa radiante con todo y ser pintada.

Y él no estaba tras montañas lejanas ni aires de grandeza. Se encontraba justo a su sombra, amándola en un silencio audible para todos: menos para quien debía escucharlo. 

La princesa estaba tan sumida en la miseria y desesperanza, que estaba renunciando sin saberlo a la alquimia del amor: podía unir su mirada a la de su príncipe en las sombras; una colisión que crearía un cosmos infinito de belleza terrenal.

Triste tragedia, tan mundana como penosa, tan común como lamentable. Dos corazones nacidos para estar juntos, separados por el mal cruce de las miradas y los muros del silencio.

Yanil Sabrina Feliz Pache