Un padre de verdad
Un padre de verdad
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Hoy es un día especial: celebro, celebramos, el día del padre. Esta fiesta no tiene un himno como lo posee el día de la madre. Desgraciadamente mis letras, aunque apasionadas, son aún muy frágiles como para volverse un himno. Mas ese fuego me mueve hoy a dedicarle algunas letras a ese ser especial por elección.
Al igual que con una madre, ser un padre es algo que no se gana con sólo la genética. Pero ser un verdadero padre es algo mucho más complejo: es más bien voluntario.
Cuando un hombre descubre que será papá, tiene (a grosso modo) tres elecciones: convertirse en mago y desaparecer del mapa, rechazar el cargo pero contribuir económicamente o aceptar de lleno una gran bendición.Algunos, aún aceptando estar allí, no son más que cuerpos presentes; otros, terminan renunciando a medio camino.
Pocos padres de verdad hay: esos que nos miman desde que somos un bulto invisible en el vientre materno, los que comparten las ojeras de su mujer por las noches en vela, los que conocen el peso de un pañal sucio y de un biberón lleno de leche; los que empujan bicicletas y besan heridas para que nos dejen de doler; los que aprenden a cocinar (y sino a cocinar, al menos a comprar la cena), los que dan charlas de protección para las hijas y a sus hijos inculcan el respeto a la mujer...
Renuncian así al papel de "hombre, macho": un padre llora por sus hijos (sea de orgullo, de rabia, de alegría o de tristeza), juega con muñecas, desaprueba las juergas de borracho o conquistas descaradas, amenaza a cualquier casanova...un padre cumple su rol y rompe así los paradigmas y expectativas que se tienen de un "hombre normal".
Cierto es que no reciben un manual con nosotros: el que dejen de ser "machos" no significa que dejen de ser humanos. Sí, los padres y las madres se equivocan, meten la pata, hacen enojar a sus esposas, a veces dicen o hacen cosas que no tienen que decir, nos hieren sin querer, son capaces de apartarse, etc. Tal como somos los hijos unos humanos imperfectos, ellos también lo son.
Pero un padre de verdad, por mucho que se equivoque, por mucho que sufra a veces con nosotros, nunca se rinde. El amor inmenso que siente un padre por su hijo es especial; es que el amor de los padres y madres, lo he dicho en el pasado, roza lo divino. Desinteresado, incondicional, puro...
Aunque dice "Qué guapo y fuerte es mi hijo" o "Mira que hermosa es mi hija, toda una mujer", aunque note al adolescente o al adulto listo para volar del nido y le deje ser libre, realmente está diciendo una verdad a medias: por mucho que esas sean sus palabras, sus ojos no ven esos; a los ojos de un padre, con iris de sentimiento, sigue viendo al niño o niña pequeño que le decía "¡Cárgame, hazme caballito". Y le duele saber que ese polluelo ya no estará todo el tiempo bajo su ala.
Gracias doy a los padres que lo son. Porque esos son joyas, ellos son tesoros.
Yanil Sabrina Feliz Pache
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