Limpieza de primavera

Limpieza de primavera

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- Ten; cuando acabes aquí, ocúpate de las ventanas- le dijo Mona a su hija.

Lucy miró los bucles negros de su madre escapar erráticos del pañuelo estampado. Después de darle la escoba, Mona se fue a la cocina con una camisa vieja y mojada en la mano. Lucy aún era muy joven para entender la fascinación que le causaban las curvas de su madre.

Tomó la escoba y comenzó a barrer. Ese día en particular el calor no era tan agobiante. No obstante, las gotitas de sudor hacían acto de presencia en su frente y espalda; se las quitó sin rechistar. Hacía varias primaveras que había aprendido a guardarse el tedio. La primera vez que se quejó, ese mismo palo la golpeó en la cabeza; lo mismo la segunda vez, cuando no dijo nada, pero su rostro y su andar la delataron. De palo en palo, Lucy entendió la amenaza en los ojos de su madre.

Después de un rato, dejó de mirar el suelo de madera y se fijó en el palo entre sus manos. Ya sentía su mente revelarse; la concentración estaba cayendo como polvo al suelo y ella la barría sin darse cuenta.

"'¿Por qué esto es una escoba?", pensaba. "Si yo fuese una bruja, le llamaría palo volador. No, muy soso. Tal vez solo carro; o voliporte. Si fuese una bruja, esto no sonaría ridículo ¿Y si soy una bruja y no lo sé?"; levantó un poco su vestido, colocó la escoba entre sus piernas y dio un saltito: nada. Lo intento varias veces, pero no ocurrió nada. "No puedo volar en mi escoba, así que no soy una bruja". 

Mientras seguía barriendo, se imaginaba otra vez con la escoba entre sus piernas flacas. No se veía como una bruja, antes como una vaquerita. Recordó aquella vez que vio a un niño con un palo entre las piernas: era un pequeñuelo rubio de familia rica; el palo tenía la cabeza de un caballo de madera y dos rueditas más abajo; podía ver los cabellos rubios, casi blancos y los ojos más azules que el cielo. Ella le pidió uno a su madre, su madre la miró con dolor.

"Si esta escoba fuese mi caballo ¿Cómo lo llamaría? Estrella, Terrón, Chocky, Ruedas, Flaco...". Mientras, seguía barriendo, barriendo; se dio cuenta de que lo hacía en círculos. Justo en ese momento su madre encendió la radio. Era la canción dulce y melódica. A Lucy le encantaban las princesas y los bailes; ahora bailaba con su escoba pegada a su cuerpo delgado. En  su mente, ese palo era un elegante príncipe y ella una princesa. "Te llamarás Azul y bailaremos hasta el infinito". Ella no sabía que era el infinito; irónicamente, bailaba con su escoba dibujando esa forma en el suelo.

-¡Lucy! ¿Acabaste?

Su madre le gritó desde la cocina; su corazón dio un brinco. Barrió rápidamente y recogió el polvo. "Sí; sólo me faltan las venatanas", le contestó.

-Bien. Descansa, ven aquí.

Lucy corrió a la cocina con la escoba; la dejó en el armario y se sentó a la mesa con su madre. Mona sirvió dos vasos de té helado y dos trozos de pan dulce que no pudo vender el día anterior. Mientras su hija comía, supo que no sólo había limpiado: sus manos rojas, la marca del palo en su mejilla, sus muslos un poco enrojecidos y el sudor cubriéndola por completo... 

No pudo hacer más que sonreír. Vio ese cuerpecito delgado, un reflejo de la infancia que había muerto y resucitado en su hija. Al acabar, Lucy salió corriendo de la cocina para limpiar los cristales. Al levantarse, Mona vio la escoba aún recostada en la pared de la cocina. Se acercó, la tomó y le susurró:

-Voy a guardarte Azul, debes estar cansado.

Yanil Sabrina Feliz Pache



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