En el ascensor
En el ascensor
El eco de las botas resuena en las calles adoquinadas. Clap, clap, clap que se une a los bep bep de coches y los jajaja de los borrachos tempraneros. Mis únicos compañeros en mi pronta travesía son el dolor en los pies y Linkin Park en mi cabeza.
Al menos ya me acerco, la travesía ya termina.
Mientras me acerco al portal vacío e iluminado, cruzo los dedos: por favor. Por favor, permite que vea la luz blanca fluorescente. Que se vea la imagen borrosa del espejo. Deja que el ascensor esté abajo: estoy cansada y quiero reposar.
No es tarde, ya lo sé. No es tarde. Para este pueblo que poco duerme no es nada tarde. Para esta edad que rebosa vida, no es para nada tarde. Pero llevo a cuestas los callos, la orina y el desvelo de anoche. Y Olivia me espera con sus casos nuevos ¿Habrá suerte para mi?
No. Sólo oscuridad tras el cristal redado. Pues nada. Me toca aguantar. Presiono el botón. El pobre se ruboriza con el toque de mi dedo. Y me habla. Me dice que ya me envía una carroza, eso me dice con imágenes y símbolos.
Mientras, yo hago el baile del pipi. Y los saltitos no duelen menos con el impacto. He aquí mi castigo por rechazar los famosos tacones durante tantos años. Unos minutos bastan para lanzarme al calvario por horas.
Qué largo es el tiempo para el que espera. Pero todo llega. Igual que mi amigo de metal. Abro su puerta como una dramática desvergonzada y presiono el botón en su interior. La puerta se cierra
¿Será ascensor o tumba? ¿Cohete o tortuga?
Mientras, veo los número dibujados cruzando por mi vista. 1, 2, 3... Cada número conlleva un rostro, un recuerdo fugaz: la ancianita con el carro rosa de la compra, los esposos amorosos, la joven estudiante con planos en las manos...
Varias veces que les acompañé o ellos a mi, con palabras cortas: desde el clima hasta la vida misma.
Numerosas ocasiones en que el ascensor me los entregó. Un paquete en caja de metal. Esa cajita nos sirvió de compañero y lazo.
Finalmente me ha dejado en casa. Cierro cuidadosamente su puerta: no quiero despertar a quien sea que duerma. Saco mis llaves. Lento y rápido.
Tres vueltas, tres más y un empujón. Ya está. Ya es mi momento de descansar. Pero justo antes de cerrar, me despido de mi chofer especial. Sólo el mañana sabrá si dormirá donde lo he dejado o si lo volverán a solicitar prontamente.
Yanil Sabrina Feliz Pache.
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