La siesta de la tarde
La siesta de la tarde
http://www.huffingtonpost.com/2014/06/09/mom-turns-baby-naps-into-blanket-art_n_5474065.html |
Tienes sueño, mucho sueño, los párpados te pesan. Estás cansada, muy cansada...
Curioso que después de comer me venga a la mente ese viejo anuncio de hipnotismo que salía en Cartoon Network. Creo que era de Pinky y Cerebro. Me encantaba verlo. Seguía atentamente las instrucciones con la ilusión de que algo pasaría (aunque nunca ocurría por culpa de Pinky).
Y mientras más dejo divagar mi mente en los viejos comerciales de mi infancia, más me pesan los párpados. Me va inundando el sueño.
Tras una comida tranquila, entra ese sueñito vespertino. Aprovecho la deliciosa libertad del verano mientras la poseo en mis manos. La hago tangible, la acaricio y la deseo.
20 minutos. Eso me digo: 20 minutos. Ni uno más ni uno menos. Eso dicen los médicos que es lo recomendable para tener más energía. Luego me miro al espejo y el reflejo se burla de mi: "Jajaja, buena broma". Humildemente me rindo ante el autoconocimiento.
Pongo la alarma para una hora después. Una hora y ya está. Una vez hecho, tomo mi mantita, un abrazo cálido de tela, me arrojo perezosamente sobre la cama y cierro mis ojos.
En 20 minutos o en una hora. Da igual. Son muchas las cosas que pasan: me encuentro con un extraño con el que compartí mis labios varios meses, caminando por las calles de la ciudad; o tal vez dando consuelo a una amiga deprimida por la muerte de su koala. Dos o hasta tres sueños, historias disparatadas, algunas más y otras menos. Tan excéntricas como la mente que les da vida.
Justo antes de que me disparen en el pecho suena la alarma tradicional de Samsung (¿Para qué cambiarla?). Abro los ojos y me sacudo frenética. Normal: cuando estás muy hundido en el sueño, las campanas son bombas.
Miro por la ventana y dudo: ¿Es mañana o es tarde? ¿El día empieza o sigue? Ni siquiera miro la hora. No. Primero levanto la manta y miro por debajo: llevo mis vaqueros y mi camiseta de "Los Vengadores". Entonces mi mente cae al instante. Recuerdo todo.
"Debería pararme". Me digo. Y una vez más, esta vez sin reflejo alguno, me burlo de mi misma. "Jajaja, qué buena broma tú".
Sonrío débilmente. Estos momentos no siempre serán. Es una oportunidad pasajera, que se repetirá hasta algún punto. No es una rueda ni un infinito, pues las responsabilidades y los imprevistos cortan el "in" del "finito".
Y dejando el móvil boca abajo, me dejo abrazar por Santa Pereza una tarde más.
Yanil Sabrina Feliz Pache
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