Camino de palmas

Camino de palmas

Imagen de palmas del Domingo de Ramos
En un noble corcel, tan noble que nadie lo quería, se montó el monarca sin corona. 

En sus vestiduras sencillas, su humildad y sencillez fue reconocido: sólo un rey podía llevar la miseria con tal dignidad. 

Con brillantes palmas tejieron una alfombra para las pezuñas del animal y su magno amo. Palmas que se convertirían en serpientes de acero. Serpientes de acero que atacarían al rey en piernas, espalda, pecho, rostro... en todo el cuerpo. 

Miraba el rostro desde cada persona que aclamaba su nombre: voces de vítores que se volverían mofas estridentes, amargas. El aclamado sería el maldecido. 

La corona que no llevaba le sería dada: tiara inamovible y dolorosa, en conjunto con un manto teñido en su propia sangre.

La carga que él llevaba sólo él la conocía. Lo dijo a sus supuestos súbditos y a sus amigos y nadie entendió. Así que le hicieron una carga que los ojos de los ciegos pudiesen comprender.

Ellos le construyeron un trono clavado en la tierra para darle poder en la tierra. Pero él lo rechazó. Y por ello destruyeron el trono y se lo arrojaron a la espalda.

El camino de esplendor se volvió de vergüenza, y la pena que creían él sentía sería la que ellos cargarían.

Porque cuando el aliento se fue de los labios del rey, luego del camino estático del dolor y el sufrimiento, en la oscuridad de su muerte resplandeció la luz de la verdad. Del agujero en su pecho su fantasma sacó una espada que cortó las cadenas de los incautos. Y los liberó de la prisión que desconocían.

Muchos lo supieron, no todos creyeron. Algunos aceptaron, otros se rieron. La gratitud quedó como cicatriz en unos pocos. Unos usaron la historia para volverse verdugos, tiñiendo así sus manos de sangre. Otros mandaron todo al olvido y se dejaron llevar por sus placeres malditos. Se ataron de nuevo sus cadenas.

En fin. El rey sabe quiénes viven en su reino y los súbditos deciden en qué reino desean vivir.

Yanil Sabrina Feliz Pache

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