Espejo de autodestrucción

Espejo de autodestrucción

Whoa!:
"No juzgues a alguien porque peca diferente de ti"

Luego de un día separados por diligencias de compras y pago de servicios, John y Lucy, orgullosos padres y abuelos, gustaban de sentarse por la noche en las mecedoras de la entrada. Se contaban sus aventuras del día, con la sola compañía de una bombilla en el techo.

Solían permanecer en silencio, con sus manos agarradas. Eso no había cambiado en 45 años de matrimonio. La familia, el tiempo, los espacios...todo podía cambiar, menos ese sencillo y profundo gesto de cariño.

Esa noche era una de esas noches; los jóvenes salían de parranda. La anciana pareja miraba impotente una escena que se hacía cada vez más recurrente.

Chicos de cabellos despeinados, con botellas de cerveza y vodka "ocultas" en bolsas de papel. En medio de la oscuridad brillaba la tenue flama de cigarillos, acompañados del aroma de tabaco y marihuana. Y bocas tan sucias que ni una barra entera de jabón podría limpiarlas.

Aún desde allí se distinguían los ojos enrojecidos y el paso tembloroso, como sus voces mientras cantaban las típicas tonadas sexistas de moda.

Cada vez que los abuelos miraban aquello, deseaban apartar la vista. Pero era imposible. Conocían la bondad de sus propios nietos: los vieron nacer, gatear y caer, levantarse y caminar, crecer, reír, llorar... jamás los imaginarían metidos en esas cosas.

Pero esos chicos eran los nietos de otras personas. La noche pasada vieron ahí a Tim, el nieto de Gloria y Mike. Otra vez fue a Sally, la nieta de Muriel y Bert. Todos niños dulces que jugaban con sus pequeños Luke y Nina. Y ahí estaban ahora.

-¿Será que tendremos que ver esto todas las noches?-se preguntó en voz alta Lucy.
-No podemos hacer nada amor. Es su elección, su momento.
-Si yo volviese a esa edad no estaría emborrachándome y llenando mi cuerpo de drogas. Ni osaría decir una palabra de las que dijeron ¡Mi madre me partiría la boca!
-¿Segura Lu?
-¿Qué quieres decir John?
-Lucy, ambos fuimos jóvenes. Ambos hicimos cosas de las que arrepentirnos, aunque no fuesen las mismas que ellos hacen. Nuestros padres nos corregían, pero no puedes cambiar lo que no ves. A veces, ni siquiera eso.
-¿Y qué se supone que haga? ¿Me quedo sin hacer nada y los miro autodestruirse?
-Lu, tú hallaste tu camino. Pasaste muy malos ratos, igual que yo, pero salimos de ello.
-¿Y si ellos no lo hacen? Mi abuela podía cargar litros y litros de agua y leche caminando más de 10 kilómetros bajo el sol. Yo apenas podía cargar un fardo de heno unos metros.
-¿Y? Eras diferente.
-Nos hacemos más débiles. Cada generación está viviendo más cómodamente. Y los peligros son más. Los destrozos serán más...
-Lu, calla y respira. Tendrás razón. Pero también hay jóvenes con mucha fuerza, más de la que tu abuela o la mía podrían haber tenido ante los horrores de hoy en día. Dale una oportunidad a estos jóvenes de hallarla.

Lucy calló y permaneció mirando el cielo. Sostuvo con más fuerza la mano de John. Él besó suavemente sus rizos plateados y sus labios, cual pétalos de rosa en una primavera perpetua.

-Entremos- le dijo.

Y ambos entraron a su casa, a su refugio de incertidumbre y a una noche de descanso para volver a su rutina.

Yanil Sabrina Feliz Pache

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