Manos llenas

Manos llenas

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"No dejes que tu felicidad dependa en algo que puedes perder"- C.S. Lewis
Allí estoy, con las manos repletas.

Un miedo atroz me retiene. Mis manos están cansadas por el enorme peso que llevan. Pero mayor que eso es el temor que atiza mi parálisis.

Cada paso implica un riesgo. Con la imagen de mi pie derecho dando un paso en cámara lenta, va encadenada la visión de mis felicidades escapando entre mis dedos.

Las monedas que caen, el brillo del oro que deslumbra mis ojos; el amor en versos y actos que se libera de mi abrazo, dejándome más vulnerable que si hubiese estado sola; la imagen gloriosa que se mancha y desvanece bajo los mares del olvido.

Y si todo se da, si todo se va... ¿Qué? ¿Qué me queda? Sólo mi propia compañía, mi propia soledad. Nunca veía posible otra salida. 

Ahora aprieto mi felicidad con más fuerza: es más difícil sostenerla con los dedos cubiertos de lágrimas y mi cuerpo temblando por la tempestad interna.

Ya ni siquiera me atrevía a mirar a mi alrededor. Era demasiado doloroso ver a tantas personas como yo, dando pasos temerosos de bebé, con pánico frenético si algo salía de su poder. Y eso sólo cuando mi dolor no me hacía egocéntrica

Y en el pozo de sombras, con mi "alegría" vampira (chupando las sonrisas que debía generar), sentí algo que hacía mucho no lo hacía: una mano en mi hombro. 

-¿Estás bien?- mee preguntó una mujer. Sus manos estaban completamente vacías.
-No. Me duelen mucho las manos y quiero caminar como tú.
-Pues hazlo.
-No puedo ¿Y si pierdo todo lo que tengo? Es decir ¿Cómo es que sonríes sin nada?
-De hecho, debo confesarte algo: mi fortuna es mucho mayor que la tuya o la de muchos de estos fantasmas que nos rodean.
-¿Qué? ¿Cómo es eso posible?
-Mi felicidad la llevo dentro; son mis acciones, mi persona, mis ojos del alma, los latidos audibles de mi corazón desbocado. Es la felicidad que no cansa.
-¿Cómo la obtuviste?- le pregunté estupefacta a la mujer, preguntándome cuál de las dos era la loca.
-Liberando mis manos. Fue así como me di cuenta de que no sostenía nada- al escuchar mi silencio, me dijo- Si deseas estar bien, bien de verdad, debes hacerlo.

No paraba de llorar. Cuánto me había costado todo eso. Pero debía intentarlo. Al menos intentarlo.

Lo solté todo. No escuché nada caer. Todo se desvaneció. Pero no me sentí mal ni me rompí en mil pedazos. Al contrario: me sentí libre, ligera, feliz. 

Mis labios se curvaron y surgió una verdadera sonrisa. Era verdad. Me sentía feliz. Era un sentimiento naciente, pero lo sentía real. No me pesaba, no se sentía efímero. Era gloria. Era real. Es real.

Yanil Sabrina Feliz Pache

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