Un viaje más

Un viaje más

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Podía escuchar los latidos de mi corazón en mi cabeza: ¡ahí está el bus! Si lo perdía, tendría que esperar al menos 10 minutos más. No tenía prisa ni el mayor interés en llegar temprano, pero el sólo hecho de tener que esperar... corrí más rápido y salté como un galgo sobre su presa.

¡Bien! Lo había logrado. Aunque, cuando vi cómo estaba aquello, casi que me arrepiento. El bus estaba atestado: completamente lleno. No era mi ambiente favorito, pero de imaginarme cómo estaría el metro... esto era un palacio en comparación. 

Ya que el viaje sería largo (más de lo que yo misma imaginaba) decidí al menos tener un poco de compañía. Y me puse a "escuchar" las sabias palabras de mi amigo Augusto y sus tribulaciones con el señor Unamuno, minutos previos a dejar la vida. Su muerte me resultó pesarosa: no sólo por el cariño que le cobré, sino también porque me abandonaba en ese preciso momento, justo a mitad de mi trayecto.

Lo peor es que, a cada parada, más gente llegaba. Mis esperanzas de tener un asiento morían lentamente. Aunque se hubiese liberado alguno, mi sentido de la moral no me lo hubiese permitido: rodeada de mujeres con niños pequeños y de ancianos, ni hablar. 

Miraba en la pantalla; vaya si estaba lejos que el nombre de mi parada aún no se proyectaba. Así que, me dediqué a sacarle jugo al viaje: aquí, al menos, podía mirar por la ventana, recibir el tenue calor del sol a través de los cristales. Es mucho más de lo que podría haber conseguido en el metro: ahí, como mucho la música de aficionados y el tintineo de monedas en un vaso de café vacío. Eso sin mencionar el "encantador" perfume de sudor y bocadillos de jamón en un ambiente caliente, característico de esas horas.

Realmente era agradable: las cafeterías y terrazas llenas, sitios a los que algún día podría ir; edificios emblemáticos y la gran masa humana caminar ordenadamente de aquí para allá y de allá para acá. Era un buen método para olvidar que estaba arrinconada entre un carrito de bebé y el espaldar de dos asientos ocupados.

Un poco más, un poco más... ¿Hasta cuándo este "poco más"?

Más se iban y menos entraban. Justo cuando ya me quedaba poco. Ya no escuchaba los llantos de bebé, los mandatos de madres y tías que movían a sus hijos como piezas de ajedrez, ni los sonidos de besos que me sonaban en lo profundo. Ahora sólo el silencio de la reverente vejez, unida a mí por la cercanía de nuestro actual destino. 

Cuando finalmente bajé, di un respiro profundo. El aire de la ciudad no se lleva premios por ser el más limpio, pero cuando llevas tanto tiempo encerrado, hasta el humo te huele a rosas. 

En fin. Al menos no llegué temprano. Oh well...

Yanil Sabrina Feliz Pache

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