Relaciones robóticas
Relaciones robóticas
"Somos Robots"- Imagen del artista ruso Vladimir Kazak |
Como faltaban sólo 45 segundos, me puse de pie. Guardé mi teléfono móvil en mi bolso, lo acerqué firmemente a mi cuerpo y entré en aquella gigantesca lata de sardinas llamada "metro". Créanme, que cuando se ve tal masa humana en tan reducido espacio, dan ganas de salir corriendo e irse andando. Pero las prisas y la pereza son demasiado fuertes.
Inmediatamente busco algún asiento, pero todo está ocupado. Me arrimo a una pared junto a la puerta, justo antes de que partamos de la estación.
Miro desde mi bolso el móvil: aún tiene batería e internet. Pero no tengo ganas. Prefiero dejarlo allí. Además, todavía tengo un poco de aprehensión a usar mi teléfono en público. Así que miro a mi alrededor. Y no puedo evitar que un leve escalofrío recorra mi espalda. Casi todos tienen su móvil en las manos, mueven los dedos frenéticamente. Se escuchan algunas voces, pero igualmente...
Intento en un esfuerzo vano buscar alguna chispa de vida, algunos ojos que colinden con mi curiosidad. Pero nada; sólo algunos ojos marcados por los años. Si acaso.
Es como ver robots con robots en las manos: una extraña especie de coito entre dos seres mecanizados: uno aparentemente humano y otro aparentemente objeto. Pareciesen fundidos, ambos reaccionando mutuamente. Lo peor es que, a veces, yo soy una de ellos. Y gozo inmensamente con mi aparatito, como si fuese mi bebé o una pareja. Lo miro constantemente, lo toco, lo reviso, lo atiendo... tal vez más de lo que yo, o estos robots que me rodean, nos cuidamos.
¿Será por eso que suelo sonreír con los abuelitos, los bebés y los enamorados? Son los únicos en los que noto la humanidad aún viva, relativamente intacta pese a los golpes del mundo. Una risa, un beso, una mirada perdida en el tiempo... cosas que este aparato que llevo en mi bolso no me puede dar por más actualizaciones que le haga.
Cada toque, cada mensaje aguardado, leído y contestado... cada pequeño gesto es una parte de humanidad que se desvanece. Un poco de vida carnal que se transfigura en cable invisible. El planeta ya no es todo de personas, sino más bien de máquinas moldeadas por un chip capitalista, programado para respirar, moverse, ganar dinero para gastarlo y todo en una especie de juego bizarro y macabro.
No me malinterpreten: soy fan total de los avances y aparatos. Pero como auxilios en la vida diaria, no como extensiones de mi cuerpo ni sustitutos de las relaciones verdaderas. Nunca me causará más impacto una notificación de Facebook ni un tag en Instagram como lo hace un abrazo o una voz sedosa. Pues, por más que me cueste, creo en las relaciones humano con humano.
¿Quedan humanos por ahí? ¿Quedo yo?
Yanil Sabrina Feliz Pache
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