Cita con un café con leche

Cita con un café con leche

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La ciudad estaba bastante viva. Típico de una tarde de inicios de verano. El sol, el calor, el aroma a plantas y sudor, las risas de adolescentes, los bancos atestados... sí, súper viva. 

Empujones sin disculpas y vendedores ambulantes surgen todo el rato y me presentan en la mente la pregunta: "¿Por qué salí?". Tengo que recordar la habitación solitaria y mi cuerpo en la cama con la sensual pereza tirando de mi. Entonces resoplo, guardo mi queja y sigo caminando.

Voy mirando los escaparates de las tiendas. Lo normal, ergo, lo aburrido. Los mismos modelitos en que sólo entraría un palo, las mismas librerías de las que salen miles de dulces y discos, pero ni un pobre libro. El mismo paisaje que me canta frenesí y capitalismo.

Me decanto por una de esas callejuelas antiguas por las que pasan pocas almas. No soy fanática de las completamente vacías. Algo en ellas me da cierto repelús, aún cuando es de día.

Pues justo ahí, alejado de la enorme urbe fundida como masa, veo una puerta. Como un grano en la piel, ella está sola incrustada en la pared de ladrillo, llamando la atención. Me acerco tímidamente. Junto a la puerta hay un cristal que revela lo que es. La puerta es entrada a una cafetería. 

Entonces llega a mi nariz un leve aroma a café recién tostado. Ese aroma delicioso, entidad incorpórea, mueve mi mano y empuja suavemente mi cuerpo al interior. 

Mis oídos son recibidos con susurros y jazz. Mis ojos con una decoración algo vintage. Mi piel con una temperatura fresca, no demasiado fría. Ecléctico, algo  bizarro, relajante...paz. 

Me acerco a la barra ignorando completamente mi regla dorada en la elección de lugares (el precio) decidida a pedirme algo. La camarera, una chica tatuada, con mucha chispa y bella sonrisa, me pregunta qué deseo. Yo pido mi café con leche y un poco de miel. 

Mientras espero, miro un poco más a mi alrededor. Me dejo sumergir en la vibra del lugar.  Me pongo a leer el periódico, tratando de que no reluzca demasiado mi sonrisita de niña. También miro a las personas. En mi mente pienso quiénes estarán aquí para abrir su corazón, cuántos secretos serán revelados, cuántos corazones serán rotos, cuantas sonrisas puras regaladas... todo con una taza de porcelana o una copa de cristal como testigo más cercano.

Llega mi orden, de presentación tan sencilla que es elegante. En el café veo una forma de una hoja. Uff, ni ganas dan de arruinar esa obra de arte. Pero una vez más el aroma acaricia mi rostro de forma altamente sensual. Me invita, me llama, me mueve, me lanza.

Siento la bebida caliente bajar bailando por mi garganta. No está a punto lágrimas como me encanta, pero el gusto dulce que me hace cosquillitas en la lengua lo compensa. Al sorber lentamente mi bebida, trato de recordar en mi mente lo que significa "Café". "Caliente, Amargo, Fuerte y... ¿Qué era la E? ¡Espeso! Eso era". 

No cumplirá del todo esas reglas, menos aún mezclado con leche, mas satisface mis requisitos de esta tarde solitaria: unos minutos de silencio y paz en un ambiente nuevo.

Cuando sales a una cafetería sueles leer, hablar con amigos, revisar el móvil, comer algo... ¿Yo? pues aquí estoy, hablando conmigo misma y con este café. El primer y el último sorbo, ambos con un suspiro de complacencia.

Al terminar, me levanto y pago a la camarera. Hasta le dejo una propina para su próximo tatuaje, ignorando los prejuicios sociales (o la herida en mi bolsillo). Una vez hecha la transacción amistosa, salgo, despidiéndome con un beso mudo de aquel local escondido.

Sí, podría haber tomado el café en casa. Sin gastar nada. Podría haberme ahorrado las molestias, el calor y el dinero. Pero no hubiese obtenido nada a cambio.

Yanil Sabrina Feliz Pache.

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