Diálogo final

Diálogo final

Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia- escritor uruguayo

-Maestro, tengo algo que contarle...-dijo el alumno.

El salón estaba pobremente iluminado por velas. Reinaba la calma y el aroma a incienso. El joven miraba aquel cuerpo enjuto y débil, pero sumamente imponente. Siempre, aún ahora, le parecía un misterio: la forma en que le respetaba, le quería y temía, todo a la vez.

El anciano abrió los ojos, interrumpiendo su meditación:
-Adelante; di lo piensas. Lo que realmente piensas.

El joven se frotaba las manos; sudaba, hacía lo posible por lucir más pequeño. Con un hilo de voz, continuó su frase.

-Yo...deseo dejar  el entrenamiento.
-¿Por qué?
-Bueno...es que, yo...no me siento preparado, no tengo las habilidades necesarias, así que...
-No estás siendo sincero. Di la verdad.
El joven abrió los ojos sorprendido. "¿Cómo lo hace?", pensó.
-Bueno, maestro, es que...sé que está cansado, llevo mucho tiempo con usted y considero que necesita mi ayuda; puedo cuidar de usted...
-Sigues mintiendo.
-Yo...maestro, yo...no sé qué espera que le diga.
-La verdad que tú bien sabes, la que tanto te aterra decir.
-Maestro, no quiero herirlo.
-Es uno de tus temores, pero no es el verdadero. Habla ya, mi joven pupilo.
-Creo que no tengo nada que aprender- dijo finalmente- sé que lo he dicho antes, pero...
-Pero no deseas que te deje ir.
-¿Q...qué?
-Tienes miedo
-Yo...no...bueno, sí. Pero debe entenderme: la primera vez, el enemigo me venció y lo culpé a usted por irresponsable. La segunda vez también me venció; lo culpé a él, por muy fuerte. Ahora me siento preparado, pero si me vuelve a vencer...esta vez sólo puedo culparme a mi mismo, por soberbio.
-¿Te crees soberbio?
-No. Al menos ahora no; las veces pasadas no lo pensaba, pero lo fui. Ahora sí que me siento listo, pero soy humano, lo sé. No podría mirarlo a los ojos si meto la pata...
-¿Has visto hoy al bebé de la cocinera?
-¿Perdón?
-Que si has visto hoy al bebé de la cocinera.
-Pues...sí. Está con su madre en su habitación.
-¿Ya camina?
-No maestro, pero gatea.
-¿Ya ha dado algún paso?
-Lo he visto algunas veces intentarlo, pero siempre cae.
-Pero vuelve a intentarlo.
-Lo siento maestro, no lo sigo.
-Ese bebé se ha caído, le ha dolido, ha llorado y recibido el consuelo de su madre. Pero siempre ha vuelto a levantarse. Y, dentro de poco, caminará. Y será el orgullo de su madre. Y crecerá, y vivirá... Seguro que le da miedo, pero también que quiere hacerlo. Y no se detiene. Así lo hice yo una vez, y lo hiciste. Ahora, mi joven pupilo, te digo que ya no eres un bebé. Has gateado mucho y te has caído. Vaya si has gritado, y has vuelto a mi cobijo. Ahora, debes volver a tratar y dar tu paso firme.

Silencioso, el joven alumno miró el rostro del anciano maestro. Una extraña calidez familiar caló en su interior. Una lágrima rodó de su mejilla. Era el adiós. La última enseñanza antes de la partida real.

-Gracias maestro.
-Ve, mi pupilo. Ve y no mires atrás.

Y así lo hizo. Dio una reverencia, media vuelta y salió por la puerta, por última vez.

Yanil Sabrina Feliz Pache

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