El nómada
El nómada
Tic tac, tic tac. Qué molesto se tornaba ese sonido cuando estaba en su contra. Cuando sabía que era la hora, ni las risas de los niños, ni la luz del sol, ni el aroma de los lirios de la ventana...nada de eso lo podía hacer enfocarse en el presente de una forma serena.
Una vez más era hora de escapar. Sus persecutores habían vuelto a hallar su rastro.
Todos le habían advertido con tiempo: "cierra el pico", "No digas nada", "No te quejes tanto"... todos se lo decían. Pero que levantase la mano el que estuviese verdaderamente tranquilo con la situación. Seguro que alguna rata mentirosa, de esas que el régimen pagaba para tener una linda imagen, la alzase.
Desgraciadamente, en aquel pueblo miserable, la mentira era la única verdad válida.
No para él. Había sido demasiado fiel a la educación de su madre; y, por ello estaba en peligro de correr el mismo destino que ella: una morada en el cementerio.
Ahora le surgía un nuevo problema. Ya había recorrido todos los pueblos de esa nación. Tenía que ir más lejos. Donde le pudiesen brindar la protección que necesitaba. Pero debía dejar equipaje. Dado que se transportaba por tierra, siempre había podido llevar todas esas cosas preciosas para él. Recuerdos encarnados en vitrinas y reliquias familiares.
Pero ahora eso sería difícil (por no decir imposible). Tendría que hacer un cambio radical si quería salvar su vida e intentar hacer lo mismo con su tierra. Y, para ello, tenía que dejar una parte importante de su pasado atrás.
Tomó la maleta antigua que tenía de niño; era tan pequeña que poca cosa cabía. Lo que necesitaba. El traje de su abuelo, el que planeaba usar el día de su boda (y/o de su funeral); la foto familiar, un recuerdo de la base de sus valores; una cruz en el cuello como símbolo físico de su creencia (algo para ser reconocido por sus hermanos en la fe); el maldito reloj que le ayudaba a conocer el tiempo que le quedaba; una bolsa con dinero (eso sin contar aquel que llevaba encima). La esquela de su madre, junto con algunos recortes de periódico, que servían de recuerdo: su motivo de lucha.
No necesitaba nada de eso; sólo eran símbolos. Todo era conocido para él, no necesitaba recordatorios. No obstante, había hecho un vínculo importante con esos objetos. De por sí era doloroso dejar la mayor parte de sus pertenencias. Pero mejor eso a dejar la vida asesinado.
Tomó lo poco que tenía y salió por la puerta. Mientras caminaba, todo lo que había vivido hasta ese momento se presentó ante sus ojos, como si estuviese cayendo por un precipicio.
Llegó al "Princess Onix", pagó su boleto y comenzó su aventura. Una lágrima de luto marcó su mejilla polvorienta. Dejaba mucho atrás. Pero debía hacerlo para alcanzar lo que tenía por delante.
Yanil Sabrina Feliz Pache
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