Aprendiendo a perderse

Aprendiendo a perderse

Clarice Lispector- escritora brasileña

Soy una pequeña hormiguita marrón en esta enorme ciudad. Miro hacia delante, a las calles, pozos horizontales, repleta de otras hormigas como yo. Cada vez que levanto la cabeza, me sorprendo: ¡Y pensar que estos gigantes de concreto que tratan de cubrir el cielo son producto de manos de carne y hueso!

Pero llega un punto en que la obra de arte cobra vida propia. Ahora la ciudad no es objeto sino ente que nos alberga con vida en sus entrañas de acero. Yo, eterna despistada, siento que, más que albergarme, me devora.

Así pues, me lavo las manos del destino de mis salidas. Ya no pienso en que haré diligencias ni que saldré a pasear. Sólo pongo mis pies en manos de la aventura. Admito que mi orientación en las tripas de este monstruo hermoso ha mejorado bastante, pero no me fío: me sigo sorprendiendo.

Algo es seguro: cuando eres un perdido eterno, tienes que aprender a disfrutarlo. Claro, podría arrojarme a una esquina a llorar de frustración. O puedo dejar de mirar y empezar a observar el panorama como una mini Indiana Jones.

¡Cuántas cosas se ven cuando se usan ojos de niño! Escaparates coloridos de tiendas de toda clase, el aroma de restaurantes nuevos con menús despampanantes, perfumes, sonidos, voces melodiosas salidas de la garganta de artistas callejeros...es un mundo lleno de sorpresas. Y disfruto mucho cuando lo disfruto.

Si recorres el mismo camino una y otra y otra vez, sin curiosidad, sin ánimos de disfrutar te aburres. Lógicamente, al repetirlo al infinito igual cansa. Por ello, estoy empezando a disfrutar de mis perdidas (excepto cuando es al encuentro con una amiga, entonces ya no soy Indiana Jones sino el conejo blanco con móvil en vez de reloj).

¿Qué tal si nos perdemos hoy? Acariciemos las vísceras pétreas por una vez y gocemos de él, porque sino a este pobre titán artificial le dará una indigestión de tanto vaivén interno y sin sentido.

Yanil Sabrina Feliz Pache