En la dulce soledad
En la dulce soledad
El agua caliente recorría su cuerpo, a su nariz llegaba el aroma a jazmín del jabón que resbalaba sobre su piel mojada. Cerró la llave y se secó el cuerpo. Se vistió cómodamente sin dejar de lado una sutil elegancia e inmensa belleza natural.
Caminó con paso suave hacia la cita con su reflejo en la ventana. Su libro favorito en una mano, una taza de té de jengibre recién hecho en la otra; antes de empezar tomó un sorbo que iba revestido con el sabor dulce y picante recorriendo su paladar.
Allí, sentada en su espacio, sin ruidos ni interferencias miró el panorama de una noche oscura, solamente por el brillo de las estrellas. Mas no había estrellas: era el resplandor de sus ojos reflejado en el cristal; era mágico y fuera de este mundo.
Saboreando el té y el momento, dejó que sus dedos acariciasen las páginas para comenzar una lectura en pensamiento alto, seguida de un debate pacífico con ella misma, en el cual expondría sus propias ideas frente a las del autor fantasma.
¿Por qué es tan mal vista la soledad? ¿Cuándo es mala? Pues cuando calza los zapatos del miedo; cuando se elige estar solo para escapar de la compañía (y su riesgo de ser juzgado, rechazado o marginado) se vuelve tóxica pues no es algo de lo que se pueda disfrutar. Es en esos momentos cuando la amargura te hace destructivo, y al no tener a quien atacar, recurres a quien tienes más cerca: a ti mismo.
La soledad es hermosa cuando es una forma de respirar y volver a verse con la persona más importante: tú mismo. Es ese momento en que muere el estrés, callan las bromas y se pasa a un acto de introspección profunda, donde la calma es reina. Tienes una cita romántica y filosófica sin nervios y sin temor a equivocarte.
No temas a la soledad si ella no es de temor. Disfruta sumergiéndote en tu galaxia infinita de vez cuando antes de volver al goce terrenal de una grata compañía.
Yanil Sabrina Feliz Pache
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