Un romance milenario

Un romance milenario

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Era una hermosa tarde de verano. Ella estaba allí, junto al atardecer. Sus cabellos bailaban lentamente al son de la música silente de la brisa marina.

Miraba el sol ocultarse en el vasto océano. Y luego se detuvo a mirar aquella pareja enamorada, unida desde hacía siglos. Se refería al mar y la arena.

La arena recibía constantemente los besos húmedos del mar. Él siempre se retiraba, pero volvía a su lado, a refrescarla y acompañarla. 

Cualquiera pensaría que la arena era la débil, por el simple hecho de que ella "permanece" siempre allí. Pero ella sabía perfectamente que no era así. No hay huella que quede marcada en la arena, ni tesoro que permanezca en la superficie por la eternidad. Las tormentas de arena son tan reales como las que ocurren en el mar. Así es, porque la arena está viva. Y por eso la amó el mar.

Allí juntos, retozan día y noche. Bajo el sol y bajo la luna. 

Al menos ellos siempre estarían juntos. No como ella creía que sería su relación. El hombre al que ella amó era más inquieto que el mismo océano. Se fue pero no para volver. Ella se volvió un desierto, bajo la luz del sol.

Mas, pese a todo ello, ella tenía un inmenso oasis interior. Su propia esencia, el amor a ella misma. Podría llegar alguien más para llenarla de besos húmedos y a mezclar sus olas con su propio simún.

Mientras tanto, dejaría que sus lágrimas fueran un recuerdo de lo bello que fue su amor. No te lamentas por algo que no has sentido. Y ella lo sintió profundamente. Ahora le tocaba esperar si era real que volvería a tener un océano que no ofuscara su oasis pero complementara su universo.

Yanil Sabrina Feliz Pache

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