Cita sin final
Cita sin final
El vapor del agua caliente había cubierto el espejo del baño. Con su mano aún mojada quitó la densa capa dejando ver la imagen de su rostro y sus cabellos mojados. Se cubrió con la toalla de "ella".
El ritual de vestirse era un asunto serio pero relajante a la vez para ella. Se ponía lentamente la lencería astutamente combinada con el conjunto. Esa noche se había decidido por su vestido rojo favorito, el que había usado en su primera cita. Aún le quedaba perfecto, acentuando su feminidad.
Pensó en su hijo, en lo grande que estaría. En lo parecido que sería a su padre.
Se maquilló y peinó cuidadosamente. Ella no usaba el maquillaje para esconder sus defectos sino para resaltar sus virtudes. De por sí era preciosa y muy afortunada. Sumamente afortunada. Aquello era para ella una forma sencilla de lucir aún más hermosa. "Eso nunca será posible, aunque no puedo negar que te ves increíble", es lo que él siempre le decía cuando salían juntos. A veces le daba pereza poner manos a la obra, pero el esfuerzo valía la pena por ver la sorpresa que él siempre mostraba.
Se sentó en la mesa primorosamente decorada. Todos los manjares que sabía a él le fascinaban (junto con sus favoritos personales, claro está).
Se sentó a la luz de las velas y se puso a esperar. "Siempre llegando tarde; me pregunto dónde estará. Espero no le falte mucho, sino tendremos que tomar la cena fría. Será su castigo". Es lo que pensaba.
"Tal vez esta sea la noche. Hace mucho tiempo que estamos solos; ya es hora de tener una familia. Me encantaría tener un pequeño en mi regazo, un galán como su padre".
Y esperó y esperó como todas las noches. Aguardaba en su fantasía, haciendo planes con espíritus hasta que la cera se consumiese. Tan pronto la débil flama sólo era sostenida por un endeble trozo de vela, ella soplaba y se quedaba dormida.
Aquel era su ritual. Ya nadie se atrevía a romper con él. Algunas noches sus amigas lograban sacarla con historias y propuestas; pero la mayoría de las veces su pobre mente esperanzada no quería tocar el doloroso vínculo con la realidad.
Hacía años que le habían informado de la muerte de su joven esposo en el campo de batalla. Pocas comprendieron cómo es que no lloró con la noticia; sólo las más cercanas y con ayuda del razonamiento de una mujer pudieron percibir que el dolor fue tan intenso que cortó sus neuronas. Se negaba a reconocer la realidad. Ni siquiera luego de desmayarse en el funeral logró regresar.
Así vive ella. Todas las noches aguardando que un fantasma atraviese la puerta y le dé el beso de las buenas noches.
Yanil Sabrina Feliz Pache
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