Una zapatilla

Una zapatilla

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Todo estaba helado. Las calles adoquinadas de la ciudad estaban vestidas con una blanca capa de nieve. Se respiraba en el aire una calma y tranquilidad, el rumor del fuego encerrado en las casas calentando a las familias que contaban historias de antaño, jóvenes estudiantes inmersos en sus libros y niños esperando con ansias el nuevo día para nuevas aventuras y juegos.

Mas algo rompía la capa perfecta de nieve: una zapatilla. Allí, abandonada, como un extraño.

¿Quién saldría de la comodidad de su hogar y cambiaría el rumbo de sus pensamientos? ¿Acaso alguien se detendría a pensar por qué estaba la zapatilla posada en la nieve?

Las pocas personas que se percataban de la presencia rosa pastel en medio de la noche blanca lo asociaban a alguna niña descuidada que lo había dejado atrás mientras intentaba llegar a tiempo a casa para cenar. 

De esas pocas, unas cuantas dejaban vagar sus mentes ya algo aburridas por los mundos de la imaginación, donde personificaban una carita de mejillas sonrosadas por el esfuerzo, tirabuzones negros volando al viento y un conjunto perfecto, solamente tachable por esa pequeña zapatilla que ya no era una parte integral del traje.

Nadie se acercaba a la realidad; salvo la madre angustiada que nada sabía. Ella no podía ver la zapatilla pero sí era capaz de imaginar a su criaturita  ser captada por un extraño. La imaginaba ser incitada con galletas de jengibre (sus favoritas) y propuestas de juegos. La veía negarse, diciendo que tenía que ir a casa con su mamá, seguido de la transfiguración del rostro del extraño en el de un ser diabólico que arrastraba a su retoño.

La tenía frente a ella, gritando "¡Mami!¡Ayúdame!", mientras ella estaba picando la carne y las verduras. 

Agitó su cabeza diciéndose "Tranquila, seguro ya vendrá. Sólo se ha retrasado jugando". 

Pero los presentimientos de una madre nunca fallan, como no lo hace la zapatilla silenciosa manchada de sangre.

Yanil Sabrina Feliz Pache.

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