El anciano de la isla

El anciano de la isla

Isla corazón-lago mascardi
Elenmeyer Peak era un  condado pequeño y pintoresco. No era una gran atracción para los turistas: no habían demasiados monumentos (el pueblo mismo lo era), centros comerciales ni atracciones. La mayoría de los jóvenes, apenas tenían la edad suficiente, se iban a las ciudades para estudiar o buscarse la vida de forma rápida. Otros, por lealtad al negocio familiar, amores u otras causas, permanecían allí toda su vida.

Lo que más gustaba de aquel pueblo era el lago. Una enorme gema de agua dulce, de aguas turquesa y rodeado de un vasto bosque. Un imán para entretenerse y descansar. Miles de primeros besos, primeras veces, excursiones, vacaciones, concursos, juegos infantiles, retos adolescentes, etc. Todo a los pies de ese viejo y bello lago.

En el centro del lago, yacía una isla. Y en su interior había una cabaña, la cual sólo podía ser avistada desde la parte posterior del lago, en un rincón algo oculto de la costa. Era de madera, con amplios ventanales de cristal. Durante el invierno era un hogar cálido, y con acceso al lago durante los cálidos días de verano.

Allí vivía un anciano. Cada mañana salía a pescar, con la compañía única del amanecer y sus propios pensamientos. 

Nadie en el pueblo sabía quién era. Una vez a la semana (a veces cada dos) iba a diversas tiendas a abastecerse. Y luego regresaba a su guarida. Mucha gente deseaba conocerlo, pero algo en su semblante les inspiraba mucho respeto y soledad.

Un joven curioso decidió aventurarse e ir a verle. Ansiaba conocer a esa figura extraña. Alquiló un bote y fue a visitarle. Al llegar, el anciano le miró extrañado.

-Quiero conocer su historia- le dijo el joven de forma osada. No esperaba poder pasar, pero quiso saber que, por lo menos, lo había intentado.

Algo en ese chico le llamó la atención. Le permitió entrar, para sorpresa del chico. Fueron y se sentaron en el salón. El invierno estaba llegando a su fin, pero aún estaba bastante frío para los huesos del anciano, por lo que la chimenea estaba encendida.

-Te preguntarás por qué te dejé entrar tan facilmente. Algo en ti me recuerda a mi. Joven, curioso, atrevido...- se detuvo un momento. Suspiró- tenía esa misma mirada cuando la conocí.

El chico le miró extrañado. Algo de rubor recorrió sus mejillas.

-Jaja, veo que entiendes de lo que hablo. Ya te ha ocurrido. Ojalá tu historia sea menos penosa que la que voy a contarte.
...La conocí en primavera, en el parque donde crecen las rosas. Yo estaba bastante aburrido, daba una vuelta cuando la vi. Era hermosa; tanto que, por seguir viéndola, choqué con un poste y caí derrumbado. Cuando desperté no vi estrellas: vi un ángel, a ella. Se había acercado y me brindó su ayuda. Claro que me sentí como un idiota, pero cuando me preguntó qué me pasó, no fui capaz de mentirle a esos ojos. Quién diría que ser honesto me serviría tanto.
...Comenzamos a salir. Me enamoré profundamente. Ya podía ver un futuro a su lado. Ambos juntos por siempre. Yo manejaría el negocio de mi padre, nos haríamos ricos y ella no tendría que mover ni uno de esos hermosos dedos. 
...Ese día, la invité a un picnic en la orilla de este lago, en la orilla opuesta a esta. Le entregué el anillo de mi bisabuela y le conté de mis planes. Ella me miró sorprendida y luego desvió los ojos. Ella- se detuvo, ahogado por lágrimas-, ella no quería nada de eso. Aspiraba a irse lejos. De hecho, se mudaría a Venecia para estudiar y tener una carrera; había soñado con un matrimonio donde ella también tuviese poder de decisión, donde dar su dinero y pagarse sus cosas sin depender de un hombre. Y, aunque me apreciaba mucho, ella no me amaba. Al menos no tanto como yo a ella.

Miré al anciano, imaginando la escena. Su rostro rompiéndose como su corazón. Ella partiendo sin mirar atrás. Tras recuperarse, el anciano continuó:
-Compré esta casa para ella con el dinero de mi padre, prometiéndole que se lo pagaría trabajando en la fábrica y que sería feliz en ella. Al menos pago una parte de esa promesa. La otra, nunca seré capaz.

Cuando el sol estaba bajando, joven y anciano bajaron juntos a la costa, ambos con los ojos sin más lágrimas que derramar.

Antes de partir, el anciano retuvo el hombro del chico y le dijo:
-Hazle un favor a este pobre viejo. Sé feliz. Pero no le vendas el mundo sin saber si ella quiere comprarlo. Ama con todo tu corazón, pero no pierdas la cabeza. Escucha sus deseos, así sabrás si puedes ayudarla a hacerlos realidad. Eres un buen chico. No cometas mi error: nunca te rindas.

El muchacho se fue con el sol, mirando lentamente desvanecerse aquella figura enjuta y su hermosa tumba.

Yanil Sabrina Feliz Pache

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