El hombre y su traje

El hombre y su traje

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"La ropa hace al hombre. La gente desnuda tiene poca o ninguna influencia en la sociedad"
Mark Twain- escritor estadounidense

El pronóstico había acertado: 6 grados celsius. Hacía pocos días que la nieve había cesado. Todas las personas estaban ataviadas con abrigos y bufandas, tratando de resguardarse del viento invernal.

Spud se congelaba. Una caja de cartón y harapos no eran suficiente resguardo para ese frío. Para rematar, la desnutrición por comer en la basura, hacía que lo sintiera más que una persona sana. 

Lo único que aquel indigente deseaba era dormir en paz; el sueño era lo único que le permitía olvidarse del hambre y el frío. Pero es complicado descansar cuando vives en el centro mismo de una gran ciudad. Entre los autos, los transeúntes, músicos ambulantes y los aromas de hamburguesas y comida china, conciliar el sueño era justamente eso: un gran sueño.

Acarreaba la cruz del analfabeto. No había tenido educación, por lo que no había sido capaz de adquirir un empleo. Al morir sus padres en un choque, cuando sólo tenía 3 años, quedó bajo el cobijo de una mala familia. Con tal de cobrar un cheque, adornaban todo con las vistas de servicios sociales. Para luego olvidarse de él. Por eso escapó cuando era sólo un niño. Creció solo en las calles, toda su vida. Cajas, limosnas (si se puede llamar así a las monedas que caen en las aceras) y hurgar en la miseria le permitió vivir y llegar a los 26 años.

Decidió hacer algo útil con su tiempo: revisar basureros. Con algo de suerte, algún ejecutivo apresurado habría arrojado su almuerzo caliente, recién comprado.

Nada de comer: sólo huesos de pescado, lechuga estropeada y trozos de papel manchados con salsa de tomate y queso fundido. Ni siquiera había alguna caja nueva: su "hogar" tenía un enorme agujero.

A punto de rendirse, se decidió a revisar la bolsa negra en el rincón. No le gustaban las bolsas. Allí solían estar las cosas más asquerosas. Pero vaya sorpresa se daría con esta. Dentro, había un traje negro. Era muy elegante, con sutiles líneas blancas y botones negro mate. También habían unos calcetines grises de lana, una camisa blanca de seda y una corbata gris. Bajo la axila izquierda de la chaqueta había un pequeño agujero; la camisa tenía una mancha amarillenta en el cuello. Aún así, estaba en óptimas condiciones.

Era la primera vez que veía algo de tan alta calidad. Usualmente, la ropa que encontraba estaba hecha jirones. "Supongo que será alguna mala broma de una esposa molesta", pensó Spud. Con el frío que hacía, era una suerte tener algo para cubrirse del todo. Le quedaba ligeramente ancho, no demasiado.

En el bolsillo derecho del pantalón, encontró 10 dólares. Lotería. Suficiente como para comer algo decente; no sabía cuánto era, pero sabía que valía más delo que solía adquirir. Con una pequeña lágrima en la mejilla, salió a la calle. La gente no lo miraba con asco ni enfado. Sencillamente lo ignoraban, como a uno más de ellos. El paso de Spud se hizo más seguro.

Entró en el primer restaurante que encontró. Un italiano. El mesero le sentó en una mesa junto a la ventana; le pidió lo que sea que pudiese pagar con su dinero. 10 minutos más tarde le entregaba su entrante, con una sonrisa y sumisión. Antes de salir, pasó por el baño y se lavó el rostro. Salvo por las ojeras y la evidente delgadez, era un hombre atractivo. Aún su barba desordenada le daba un look campirano y moderno.

Mientras paseaba por el parque, vio el poder detrás de esa tela. La gente ya no le temía, ni lo aborrecía. Ya no era inferior. Era igual, incluso mejor que muchos de los que lo veían. En unos minutos, su estatus había vuelto a ser el de antes.

El hábito no hace al monje. Cierto. Pero en una sociedad superficial, casi lo logra. Si vistes de ejecutivo y caminas como ejecutivo, te creerán ejecutivo. Tendrás respeto instantáneo, hasta que la lengua te delate. 

Spud tuvo mucha suerte. Cobró confianza y pidió un empleo como ayudante en una compañía. Tuvo muchísima suerte. Su jefe descubrió su secreto y se hizo su mentor. El chico logró una carrera y se casó. Todo por un traje abandonado y la confianza que no había sabido ver.

Yanil Sabrina Feliz Pache

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