En la venta de garaje

En la venta de garaje

Harold Wilson- político inglés
A Jane le encantaban las ventas de garaje. Apenas veía un cartel, desviaba su auto como en una película de acción y se estacionaba.

Es que es una pasión. Le fascinaba ver "la basura de otros". Aunque encontraba muy buenas ofertas, esa no era la principal razón por la que lo hacía. La verdad es que lo hacía por las antigüedades.

En todas esas piezas cubiertas de polvo, se ocultaban secretos e historias milenarias que ella deseaba descubrir. Todos los dueños a los que preguntaba no pasaban de "lo compré en una venta de garaje" o "Lo encontré por ahí". Lo más emocionante que escuchaba era "Lo heredé de mi madre"; y aún así, de ahí no pasaba.

De todos modos, eso era una ventana abierta para su imaginación. Podía recrear toda clase de historias maravillosas.

Así fue, por ejemplo, en la casa de su vecino, el Sr. Trush. Un viejo viudo y jubilado que llevaba 20 años viviendo en ese vecindario.

¡Cuántas cosas fascinantes! Como aquella hermosa muñeca antigua. Era de porcelana. Simulaba a una niña de unos dos o tres años. Tenía unos preciosos bucles color avellana y unos labios pequeños y rojos, como pétalos de rosa. Tenía una grieta que iba desde la frente hasta sus enormes ojos negros. Llevaba un vestido azul turquesa y dos pequeños lazos en el pelo.

Jane podía imaginarse a la pequeña Lucy, la hija del Sr. Trush (de ahora 15 años), saltando y riendo con su muñeca, dándole sorbos de té imaginario y jurándole amistad eterna. No podía mirar, afortunadamente, al pasado sombrío de esa muñeca que había viajado por manos de miles de niños europeos exiliados por las guerras y exterminios. Toda la sangre que había corrido por esas pequeñas manos ni la suerte que había tenido. Ella sólo una raja, mientras que sus numerosas dueñas pasadas habían terminado más rotas que ella.

También estaba el teléfono antiguo. Tantas llamadas. Mensajes serios, amorosos, amenazas, códigos secretos... miles de conversaciones desde puntos distantes, incluso separados por mares, y unidos por aquel aparato polvoriento y con pequeños agujeros de viejas termitas.

Pelotas de béisbol, vestidos de bodas, rosas disecadas. Incluso las antiguas cartas de amor de dos tórtolos apasionados.

Eran cientos de piezas del pasado. Los recuerdos de personas del ayer en el hoy. 

Estuvo muy tentada a llevarse algunas cartas. Eran hermosas. Pero cuando se detuvo a sacar el dinero para ir a pagar, vio los ojos vidriosos del Sr. Trush. La mayoría de las personas estaban desesperadas por deshacerse de todo, pero para el viejo eran sus memorias. Necesitaba espacio, pero aún así le dolía. Esas cartas eran el recuerdo más fuerte de su amada. 

Si las dejaba, era poco probable que se las llevaran. Ella conocía a sus vecinos. 

Las ocultó bajo unos viejos zapatos con moho y se llevó unas viejas tarjetas coleccionables. Mientras se alejaba, escuchó un débil "gracias" a sus espaldas. 

Y así, Jane regresó a casa con unas viejas tarjetas y unas nuevas lágrimas de felicidad.

Yanil Sabrina Feliz Pache


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