Adiós a la burbuja

Adiós a la burbuja

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El mundo había sido cruel en ocasiones; yo, pobre indefensa, me dejé cortar por las espadas envainadas en labios; me sentí distinta, alienígena nacida en la tierra. Por ello, me encerré en mi propio espacio. Recubrí mis cicatrices con miles de capas. Capas y capas, hasta que no se pudiese reconocer mi persona. Así, ya no podrían ni tocarme.

Eso se volvió asfixiante. Nada podía entrar, tampoco salir. Mucho se acumulaba allí dentro: temor, pesar, etc. La podredumbre que se estaba generando era tal, que en la capa más lejana se traslucía aquello.

Me introdujeron en una burbuja. No podía ver nada. Estaba ciega, sorda, muda. Anestesiada por los vapores tóxicos de mi malestar. 

Comenzaron a retirar las capas enfermas. Cuando pelas una cebolla, las lágrimas brotan. Así pasó. Se liberaba lo encerrado, el llanto con todo ello. Todo. 

Pero empezaba a ver. Recuperaba mis sentidos, recuperaba la sensibilidad. Y llegó el punto. 

Las capas habían caído. Aunque seguía un poco manchada, mi verdadero ser era libre. Y desde la burbuja, finalmente podía observar el panorama. Era un espectáculo atrayente. Dentro de mi pequeño domo, tomé contacto con el exterior. Y no dolía. Nadie intentaba abrir las cicatrices, nadie me hacía daño. Nadie me repelía. 

En ocasiones era rasguñada. La diferencia es que, en mi domo, me dieron herramientas para hallar mis defensas. Así, no tendría motivos para volver a recubrirme. La fuerza que tenía oculta se presentó ante mis ojos. Siempre la tuve, sólo que nunca la vi.

Y el momento llegó para decir adiós. Las emociones despiertas están mezcladas: el éxtasis y los deseos de salir de la protección, con los recuerdos agridulces ocurridos allí dentro. Pero mi tiempo ahí casi ha culminado. Seguiré con una protección pero mis miembros serán libres y el contacto más directo. Me lanzo a la piscina (con flotadores). Mi burbuja siempre estará allí si la necesito. Lo sé. Mas ya sólo queda decir... adiós.

Yanil Sabrina Feliz Pache

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