Amor de fénix



Amor de fénix

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Cenizas. Era todo. El paisaje desolado, el aire revestido de una densa capa de humo negro. Sólo habían dos muestras de vida a la vista: ella (aunque no lo creía) y el fuego. Sí, el fuego tenía alma; danzaba y se contorneaba con fuerza y sensualidad, abrazando todo lo que tocaba.

Ella simplemente miraba. Ya no podía ni sostenerse en pie. Allí, de rodillas en la tierra carbonizada, miraba la desolación de todo lo que había conocido en su relativamente corta vida. Su corazón estaba tan roto que sus lágrimas eran de sangre. 

Todo había desaparecido. Aquellos verdes pastos aturdidos por sus pasitos torpes de bebé. La casa que la había dado cobijo a ella y a sus padres. El árbol marcado con su nombre... Miles de recuerdos impresos en la naturaleza; ahora estaba todo muerto.

Todo por una guerra que ella no supo ganar. Quiso huir, escapar. Corrió muy lejos, se perdió en tierras extrañas y, sin darse cuenta, abandonó lo conocido. Cuando volvió, era demasiado tarde. Las tropas enemigas habían atacado sin piedad.

Los gritos se mezclaron con el ulular del fuego. Estaba sola. Sola. Se repetía aquella palabra una y otra vez. Sola. Realmente no era así: era consciente de su propia presencia. Pero sus ansias naturales de contacto la abatían.

¿Qué? ¿Un toque? Extraño. Sintió un toque suave en su hombro, el cual transmitió un escalofrío por todo su cuerpo. Nunca había creído en los fantasmas, pero...

Giró lentamente. Esperaba ver la cara de un soldado, bañada en la sangre de su pasado, con el arma apuntando a su mente desquiciada. Él la sacaría del infierno.

Pero no. No lo podía creer. Imposible. El golpe fue mucho más intenso que el de cualquier bala en la sien.

Se levantó y abrazó a su amor. Besó con fiereza esos labios consoladores, se dejó acariciar por esos dedos, los que tantas veces habían recorrido su figura y aportado serenidad y locura. Las cabelleras se mezclaron, en medio de ráfagas, mientras las cenizas los teñían de gris. Siempre lo había amado. Y ahora, que era lo único que le quedaba, lo amaba todavía más: con miedo de perderlo, con pasión cuasi erótica, con alegría desbordada...

Allí se quedaron. Con la esperanza naciendo en sus seres. Las discusiones del pasado, los problemas, las dudas...todo estaba en las llamas ahora. Hacía minutos hubiesen elegido la muerte. Ahora el dos se volvía uno; caminaron juntos, dando la espalda a la desgracia. Ahora les tocaba llenarse las manos de tierra, recrear una existencia, sembrar la semilla y cosechar el amor. No sería fácil. Pero cuando el amor es tan fuerte que es verdadero, lo imposible  es posible.

Yanil Sabrina Feliz Pache

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