Confesiones póstumas

Confesiones póstumas


Ahí estoy: gris, sereno. Intento mover un brazo pero no puedo. Me estoy viendo a mí mismo, pero esto no es un espejo ¿Qué está pasando aquí?
-Estás muerto- me dijo una voz dulce pero fría a mis espaldas. Giré; era un ángel, aguardando por mi para llevarme a otro lugar.
-No puede ser...¿Cómo ha pasado? ¡Soy joven! ¡Estaba a mitad de la vida! ¡Si sólo tenía un resfriado!
-El tiempo que dure tu reloj de arena no es de tu conocimiento. Nunca conoces tu final, sólo tu trayecto: eso lo creas tú.
-Por favor, dame otra oportunidad. Hay demasiadas cosas que tengo que hacer...
-No será posible...
-¡Nada es imposible!
-Vaya, tenías que morir para darte cuenta.
-Por favor, ten piedad- dije, con lágrimas en los ojos.
Tras un minuto de silencio, el ángel me contestó.
-No puedo devolverte la vida. Pero podemos partir más tarde. No podrás despedirte, pero hay cosas que deberías escuchar.
Me quedé extrañado y consternado, pero mejor eso que nada. Encogido ante esa imponente, celestial figura, esperé atentamente.
Me sostuvo de la mano. Todo se desdibujó. El ambiente se volvió un torbellino caleidoscópico, una extraña pintura abstracta que, de repente, cobró forma en una iglesia. Allí estaba yo, de nuevo, esta vez dentro de un precioso féretro de roble y manillas de bronce. Mi traje negro, "el importante, de los funerales", bien peinado...mi esposa y familiares se preocuparon mucho porque estuviese guapo para la tumba.
Allí estaban todos: familia, amigos, el amor de mi vida y personas de las que ni me acordaba. Y yo, sin ser visto, estaba allí para escuchar su adiós.
Primero mi madre:
-Mi hijo fue un chico encantador. Cuando era pequeño, su padre y yo pensamos que sería un problema: era muy travieso, siempre metiéndose en problemas. Pero sabía lo que estaba bien y mal. Aprendió rápido. Era muy dulce y cariñoso con nosotros. Cuando creció, en su juventud, comenzó a apartarse. Se aislaba en su habitación y sus tecnologías. Lo único que lo hacía salir eran sus amigos. Ya casi no hablábamos. Pero nunca se olvidaba de mi beso en la mejilla antes de salir de casa. Cuando empezó a trabajar y se casó con mi bella nuera, el nexo casi se cortó. Nos venía a ver una vez al mes; lo que sí recibíamos a menudo eran cheques. Como un esfuerzo de pagar lo que habíamos hecho por él (o de compensar el tiempo perdido). Oh hijo- se detuvo, incapaz de hablar por el dolor- lo único que yo quería era a ti...
Luego mi mejor amigo:
-Amigo, siempre fuiste fenomenal. Nunca te cortabas por nada: siempre con la palabra en la boca; y si algo te molestaba, no había quién te hiciese callarte. La cantidad de peleas en que casi nos metes por tu sinceridad. Pero también por defendernos. Ponías la mano en el fuego si uno de nosotros estaba en peligro. Tú eras un amigo de verdad. Sí, muchas veces te alejabas. Mas siempre sabías regresar. Valías mucho colega. Oro puro.
Mi esposa:
-Mi esposo era un chico diferente; cuando lo conocí, nos hicimos amigos casi de inmediato. Nunca me dejó ganar a los videojuegos (aunque yo me pusiese como una furia), algo que no hizo ninguno de mis ex; y es la razón por la que lo amé. Él no me veía débil, ni frágil. Siempre me consideró una igual, sin por ello dejar de ser un caballero. Abría la puerta, pagaba la cuenta él o compartíamos los gastos, me hacía sentir...especial, sin hacerme sentir menos; nunca me puso la mano encima, salvo para darme una caricia. Es cierto que se encerraba en el trabajo; podían pasar días sin que hablásemos, por lo ocupado que estaba. Y tenía que pasar mucho tiempo para que se diese cuenta de que yo estaba molesta. Pero cuando lo notaba, sabía reconocer su error y recompensarme. Cómo lo amaba, Dios, sí que lo amaba. Y no dejaré de amarlo. Es mi dolorosa verdad...- bajó del altar con el rostro bañado en lágrimas y corrió a abrazar a mi madre. Ambas lloraron desconsoladas.
Ya no podía más. Podría estar muerto pero, en ese instante, moría de dolor.
-¿Por qué? ¿Por qué nunca me dijeron esto en vida?
-Porque tú nunca estuviste ahí para escucharlo o pedirlo. 
-No...
-Ya es la hora.
-¡No!

Desperté bañado en sudor; fue un sueño. Nada había sido real...¿Nada? No; salvo mi muerte, todo era verdad. Ahora lo veía.
Mi esposa corrió a la habitación, con sus hermosos cabellos alborotados.
-Te oí gritar ¿Ocurre algo?
-Sí.
Salté de la cama, la besé con fuerza y la abracé, como buscando fundirla a mi alma.
-Te amo tanto, perdóname.
-También te amo- me susurró; sentía sus lágrimas en mi hombro desnudo.
Me aparté y salí corriendo al teléfono de la cocina.
-¿Adónde vas?
-Tengo muchas cosas que decir y escuchar; y no puedo perder más tiempo...

Yanil Sabrina Feliz Pache

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