Pinturas utópicas

Pinturas utópicas

Fernando Botero- pintor colombiano

¡Cómo le gusta el olor del óleo mojado! Es su droga personal.

Apenas los rayos del sol atraviesan los cristales polvorientos de su ventana, se levanta con energía para comenzar a pintar.

Sigue su ritual al pie de la letra: vestirse con sus mejores "harapos", toma la paleta, siente las vetas de la madera en sus dedos; luego aprieta los botes de pintura, mira salir lentamente los vibrantes colores. El marrón se reviste de montoncitos de color: un pequeño arcoiris en sus manos. 

De inmediato toma el pincel; es inevitable que sus dedos rocen los pelos. Es una sensación única; le gusta más que la que sentía cuando acariciaba a "Blinky", el cachorro que había adoptado (y del que tuvo que encargarse su madre poco después).

Y comienza la operación: disecciona su cerebro y transplanta su realidad a trozos de tela. 

Desgraciadamente, su pasión se volvió tan intensa que la realidad que pintaba cambió.

"El cachorro de ojos lustrosos", se había vuelto un perro adulto; el brillo se había desvanecido con el abandono de su dueña original.

"Playa del primer beso", llena de arena blanca bajo un atardecer radiante, ahora estaba repleta de algas y basura industrial. Y el joven apuesto pintado con cian y tonos dorados, ahora estaba con otra mujer, una que lo mirase como una pareja y no como un modelo.

El cuadro titulado "Hermanas" debía ser retitulado. Ya no eran hermanas, eran conocidas. Después de numerosos intentos de acercamiento por una parte, la relación sólo se mantenía por la sangre y un "hola" bimensual.

Miles de paisajes y personajes inmortalizados en su mente y creaciones originales. Todos diferentes en la actualidad, la que ella desconocía.

Casi acababa su última creación. Sus manos temblaban en medio de un estado de excitación frenética. Era hermoso, realista, una  obra maestra...

Ya iba a terminar, podía ver su imagen: sus mejillas sonrosadas, cabello largo y lustroso, ojos llenos de vida, cuerpo estructural... Veía la pintura pero no el espejo. Ella no veía sus cabellos caídos y rotos, ni los ojos inyectados de sangre o su propia clavícula sobresaliendo de los días sin comer; todo por su pasión.

Ahí estaba: hermosa pintura. Horripilante realidad.

Y cuando soltó el pincel, se detuvo su corazón. 

Yanil Sabrina Feliz Pache







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