En la red

En la red

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Estaban en un lío que ellos mismos habían construido: su propia creación los había capturado. Para colmo de males, hacían de un enigma de algo que era claro como el agua.

El juego no era de niños y ellos lo sabían. Pero la diversión macabra pesaba más que las consecuencias. Se subieron al barco simultáneamente y comenzaron a saltar juntos; aunque al inicio uno lo hacía más fuerte, con la práctica se acompasó su ritmo.

Eran como aquel niño no tan niño que encontró un viejo juguete: recuperaron el vicio que enterraron con la madurez. En aquel entonces nadie le daba mayor importancia a sus actos pues lo consideraban parte de su naturaleza inocente e ilusa, de la mala educación que, tarde o temprano, se corregiría. Nadie podía suponer que la semilla no estaba muerta, sólo dormida.

El mal sin tratar reposaba cómodamente en su guarida y se liberó cuando vio un ser indefenso sobre el cual clavar sus garras; dándoles una sensación de lujuria nueva y poderosa.

No, era algo más complejo que eso. No era sólo la lujuria. Era el poder. Una forma de cubrir y sanar la debilidad que siempre les había acompañado. Al fin no se sentían inferiores y si lo hacían podían tener la visión de alguien más miserable que ellos. Un parche teñido de lágrimas con manchas de sangre.

Pero cuando el sufrimiento de la víctima es tan fuerte que no se puede ocultar y explota, no hay escapatoria. Corrieron llevando a la criatura como un cordero hacia el callejón, pero ella supo dar media vuelta y ser rescatada. Cuando voltearon sorprendidos, se tuvieron que enfrentar a los verdugos que miraban atentamente y con reproche lo que eran conductas ajenas a sus edades. 

Los insultos, las burlas, los maltratos...todo tuvo que parar. Tuvieron que entregar un ramo de flores en son de disculpa ¡por algo que no creían estaba mal!

Tuvo que pasar mucho tiempo para que se dieran cuenta de su error. Cuando fueron disculpados y su mal fue presentado desde el punto de vista del marginado y no del verdugo, las cosas se aclararon un poco. Sin ese paquete de liberación, ellos nunca hubiesen podido ver mejor las cosas. No digo que cambiaran completamente, pues el orgullo da una seguridad tan falsa que parece verdadera. Pero por lo menos fueron capaces de dejarse tocar un poco una vez salidos de la red de maldad en que se habían enredado.

Yanil Sabrina Feliz Pache

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